31 de mayo de 2018

Thérèse Raquin



                Publicidad de obra en el momento de su publicación, 1867

Desde que iniciáramos el blog, siempre −a excepción de nuestra sección de cine, que incluye algunos clásicos del Séptimo Arte−, hemos prestado nuestra atención a obras y actividades contemporáneas. Hoy, sin embargo, queremos dirigir nuestra mirada a un clásico de la literatura universal, Thérèse Raquin, una de las novelas más conocidas del autor francés Émile Zola.

Adscrita al estilo naturalista, un género especialmente literario que se emparenta con el realismo y del que Zola fue precisamente su principal impulsor, Thérèse Raquin tuvo como destacada fuente de inspiración unos hechos reales que, dada su truculencia, hicieron correr ríos de tinta en la época. Su publicación en 1867 sustrajo a su autor del anonimato, aunque buena parte de la crítica denostara con furor este trabajo, que llegaría incluso a ser tachado como literatura pútrida.

Escrita en tercera persona, Thérèse Raquin narra la historia de una joven marcada por la enfermedad, no la suya, sino la de su primo y futuro marido, un niño enfermizo y sobreprotegido por su madre que, contra todo pronóstico, conseguirá llegar a la edad adulta y empezar a labrarse un futuro en la capital francesa. Recluida en una mercería de un oscuro pasaje parisino, su mujer se resignará, mientras, a una vida sin alicientes ni esperanza. Esa gris existencia se resquebrajará con la irrupción en escena de Laurent, un amigo de la infancia del esposo.

Entregados a una pasión frenética, que Zola describe con una singular combinación de sutileza y explicitud, Thérèse y su amante Laurent no tardarán en empezar a urdir un plan para librarse del esposo. La ejecución de ese plan, que resultará exitosa, no permitirá a los amantes alcanzar, sin embargo, su tan ansiada felicidad. Por el contrario, tanto Thérèse como Laurent se verán consumidos por los remordimientos de su repugnante acto.

Para la redacción de este relato inmortal, el autor galo privilegió, en detrimento de la acción, el análisis de sus personajes −a los que diseccionó con la laboriosidad de un entregado entomólogo y el desapasionamiento y distanciamiento propios del estilo literario al que consagrara la práctica totalidad de su obra−, si bien su lectura atemporal y trepidante, por cuanto el análisis de los personajes los aboca a un final funesto, mantiene en vilo a quien se sumerja en sus páginas, tanto el lector contemporáneo como el de antaño.

Thérèse Raquin brinda también al lector la oportunidad de profundizar en la ya aludida corriente del naturalismo, que daría lugar a un género literario de gran éxito en el Viejo Continente, aunque hoy día sus preceptos difícilmente encajen en la sociedad del XXI, especialmente la occidental, puesto que el naturalismo parte de la idea de que el ser humano, cuya existencia se ve determinada por su entorno social e, incluso por su herencia genética −que en el caso concreto de Thérèse Raquin hace incurrir a su autor en alguna aseveraciones sumamente racistas−, no tiene posibilidad alguna de libre albedrío.

La famosa obra de Zola, sin embargo, difícilmente dejará indiferente a ningún amante de la literatura, y prueba de ello es que, a más de una centuria desde que fuera publicada por primera vez, todavía sigue captando la atención de otros creativos, que la han adaptado, de hecho, en fechas recientes, como el director teatral Evan Cabnet, quien la llevó a Broadway hace pocos años, o el film In secret, dirigido en 2013 por Charlie Stratton y en el que se dio a conocer el portentoso talento de la actriz norteamericana Elizabeth Olsen. Si nos remontamos en el tiempo, habría que citar la que posiblemente sea considerada como la mejor adaptación cinematográfica de la obra, el film con título homónimo que en 1953 dirigiera Marcel Carné y protagonizaran Simone Signoret y Raf Vallone.

¡Feliz jueves y feliz lectura!



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