18 de abril de 2017

Revolution: Russian Art 1917–1932



En el año en el que se cumple el centenario de la Revolución Rusa, son muchos los reconocidos espacios museísticos que, a lo largo y ancho del mundo, están albergando diversas exposiciones en recuerdo de una efeméride que, aún hoy, caído el comunismo en la mayor parte de los países en los que se erigió como sistema político, suscita una encendida controversia.

La prestigiosa Royal Academy of Arts londinense acogió hasta el día de ayer Revolution: Russian Art 1917–1932,  la que muy posiblemente sea la exposición más interesante sobre la caída del zarismo y la posterior instauración de un régimen que, una vez asentado en el poder y tras una cruenta guerra civil, se mostró implacable con cualquier oposición política, alentando la delación entre vecinos, familiares y amigos para, posteriormente, encarcelar, torturar y matar a un número todavía sin determinar, pero inquietantemente alto a pesar de las estimaciones más optimistas, de civiles, anónimos, pero también de reconocidos artistas e intelectuales que, en un primer momento, embriagados por las esperanzas suscitadas por la caída del antiguo régimen, abrazaron con determinación lo que creyeron sería el inicio de una nueva era asentada en valores igualitarios.

Revolution: Russian Art 1917–1932, auténtico tributo a todas aquellas víctimas, brinda al visitante una inmersión única en uno de los períodos más fascinantes de la historia europea reciente. Ese viaje al pasado, articulado a partir de las más significativas obras producidas en un muy corto período de tiempo ―desde el advenimiento de la revolución hasta la represión sin límites de Josef Stalin, quien acabaría imponiendo un arte de estado―, muestra la enorme creatividad de toda una generación de artistas que, una vez aniquiladas todas sus esperanzas, cuando no su vida, optaron por ceder ante la imposición de un estilo artístico único, el llamado realismo soviético ―inquietantemente parecido, en muchos rasgos, al alentado por los dirigentes de la Alemania nazi― o bien, si la suerte les fue propicia, apostaron por el exilio.


La exposición muestra así obras de, entre otros, Malevich, Chagall o Rodchenko, haciendo un repaso a las numerosas y destacadas corrientes artísticas que florecieron en aquella época ―desde las más rabiosas vanguardias hasta el realismo de corte soviético― e incluye no sólo obras pictóricas destacadísimas, sino fotografía, escultura, cine, arquitectura ―con recreación incluida del interior de un apartamento modelo soviético―, objetos de la vida cotidiana  y, especialmente, cartelería propagandística, un arte este último, obra de inspirados diseñadores gráficos, que el régimen comunista, al igual que el instaurado en la Alemania nazi, alentaría y utilizaría para cimentarse en el poder.

Revolution: Russian Art 1917–1932 supone, además, una oportunidad para ver, de muy cerca, el auténtico culto a la persona que el régimen fomentó hacia Lenin y Stalin, dos líderes a los que la historiografía se ha aproximado desde posiciones muy diferentes, casi enconadas, cayendo incluso, en algunas ocasiones, en un incomprensible maniqueísmo histórico. La salida a la luz de nuevos documentos y una mirada más imparcial hacia al pasado han abierto, sin embargo, la veda para acercarse a la figura de Lenin de una forma mucho más objetiva, apuntando, como se plantea en esta exposición, a su papel de represor implacable para con sus enemigos políticos y todo aquél que no comulgase con su ideario, un revisionismo histórico éste que, si bien ya absolutamente necesario, parece resultar impensable por estos y otros lares.

La guinda final de la exposición la constituye una sala oscura, en la que se proyecta un sinfín de retratos de artistas, compositores, poetas e intelectuales apresados y, en su mayoría, ajusticiados por el régimen, lo que debería recordarnos a todos que las víctimas, todas y cada una de ellas, tienen un derecho inapelable al reconocimiento y a la justicia, independientemente de quien haya sido su verdugo e independientemente también de que pueda comulgarse con el ideario político de cuyo seno nacieron aquellos que ordenaron, fomentaron o permitieron su castigo



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