13 de diciembre de 2016

Animales nocturnos




Hace siete años, para sorpresa de propios y extraños, el afamado diseñador de moda Tom Ford, ex director creativo de Gucci e Yves Saint Laurent, se aventuraba en el mundo del Séptimo Arte dirigiendo Un hombre soltero, film que, aun basado en una novela homónima escrita en 1964 por Christopher Isherwood, contaba con un fuerte componente autobiográfico.

Aquella ópera prima, protagonizada por dos actores tan encumbrados como Colin Firth y Julianne Moore, logró granjearse el aplauso de parte de la crítica, acallando a aquéllos que habían tachado a Ford de intrusismo e, incluso, de rendirse a un ejercicio de pura autocomplacencia.

Siete años han tenido que transcurrir, sin embargo, para que Ford se pusiera de nuevo tras las cámaras. Para lo ocasión ha contado nuevamente con un texto ajeno, la novela de Austin Wright Tres noches, que el diseñador ha cambiado sustancialmente en algunos de sus pasajes para acercarse a un mundo que no le es por completo ajeno, el del arte, especialmente el del arte contemporáneo, tachado con frecuencia, al igual que el de la moda y sin que ello parezca molestar demasiado a sus integrantes, de vacuo y frívolo.

Así, en la adaptación de la novela de Wright llevada a cabo por Ford, Susan, la principal protagonista de ambas historias, se convierte en una reconocida y rica galerista abocada a una crisis existencial en la que contribuye no poco un marido infiel y arruinado, y, sobretodo, un paquete conteniendo la novela, todavía por editar, del que fuera su primer esposo, una historia desgarradora que trasladará a Susan a un pasado añorado, si bien trufado de las decisiones erróneas que la han conducido a un presente que detesta.

Articulada en torno a tres planos temporales y espaciales, a base de largos flashbacks y la historia, ficción dentro de la ficción, narrada por Edward, el ex esposo de Susan, Animales nocturnos resulta cautivadora en todos sus planos, empezando por sus sorprendentes títulos de crédito iniciales y siguiendo por su desarrollo posterior, lo que ha llevado al film a cosechar elogiosas críticas allá por donde se ha estrenado, especialmente en el Festival de Toronto, en el que fue muy bien recibido, y el en Festival de Venecia, donde se hizo con el Gran Premio del Jurado.



Animales nocturnos cuenta, de hecho, con no pocos ingredientes para ser merecedora de ese reconocimiento. Un reparto de lujo, encabezado por Amy Adams, Jake Gyllenhaal, Laura Linney y Michael Shannon, una envolvente banda sonora con reminiscencias de las partituras de los mejores filmes del género thriller y con ecos lejanos a los grandes clásicos de Hitchcock, un ensamblaje, sin fisuras, de tres historias diferentes pero íntimamente ligadas a medida que prosigue el metraje, un ritmo sostenido y envolvente y, sobre todo, una  vertiente estética que si bien, algunas voces críticas pudieran tachar de vacua y/o pretenciosa, resulta, en su conjunto, no sólo fascinante, sino necesaria para recrear despiadada e implacablemente un mundo, auténtica feria de vanidades, que el director conoce bien, demasiado bien.

Ese plano formal, de necesaria afectación esteticista, resulta fascinante, además, por el uso que Ford hace del color, con una paleta cromática diferente para cada plano narrativo, incidiendo en el uso del día y de la noche, que, no por casualidad, está íntimamente ligado a la propia personalidad y trayectoria de sus personajes ―especialmente interesante resulta que Susan no aparezca ni en un solo plano bajo la luz del sol, mientras que Edward protagonice escenas de luminosidad casi hiriente, la propiciada por el abrasador sol de Texas, y bajo la oscuridad casi insondable de las noches más oscuras, escenario de los peores y más infames actos a los que puede rendirse un ser humano. 

Más allá de esos innegables aciertos, el gran logro de Ford con este segundo film radica, sin embargo, en que, bajo ese entramado de historias diferentes pero intrínsecamente relacionadas y escenarios, a priori, muy distantes, no sólo logre tejer un relato envolvente e inquietante, crítico implacable de una sociedad víctima de su imagen y del terror ante la vejez y la muerte, sino que consiga abordar con maestría sentimientos tan universales como destructivos, la culpa, la venganza y, especialmente, el arrepentimiento.



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