18 de septiembre de 2019

La casa alemana


Booktrailer de La casa alemana

Enésimo fenómeno literario, La casa alemana se ha convertido en un libro de obligada lectura por abordar un tema aún hoy espinoso en la Alemania del siglo XXI, la era nazi y los crímenes a la humanidad en los que participó, por acción u omisión, buena parte de la sociedad alemana de la época.



Escrita por la guionista Annette Hess, La casa alemana se centra en el juicio iniciado en la ciudad de Frankfurt en 1963, casi dos décadas después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, contra veintidós antiguos mandos del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz, responsables directos de torturar y llevar a las cámaras de gas a miles de personas.



Uno de los mayores atractivos de esta novela radica, sin duda, en la propia temática abordada, un tema tan tabú en el país germano que pocos han sido los escritores que se han atrevido a plantear el papel que sus antepasados jugaron, individual y colectivamente, en aquella barbarie. Algo que, en parte, se entiende por un enorme sentimiento de culpa y vergüenza y también, y no menos importante, por el hecho de que, como apuntan historiadores como Johann Zilien, en muchas ciudades de la Alemania de la posguerra el porcentaje de jueces, fiscales y agentes de las fuerzas del orden que habían pertenecido al partido nazi llegó a ser altísimo. Una tesis en la que se sustenta la propia historia narrada por Hess, ya que los veintidós encausados de aquel juicio finalizado en 1965 no sólo habían llegado a integrarse por completo en la sociedad surgida de las cenizas de la guerra, sino que incluso habían adquirido en mayor o menor medida y, gracias en buena parte a sus profesiones liberales, una cierta respetabilidad.



A todo ello habría que añadir que las condenas de aquel proceso judicial fueron muy leves –de los veintidós acusados, sólo seis serían condenados a cadena perpetua. El motivo de aquella sentencia se debe a que ninguno de ellos fue juzgado por crímenes a la humanidad, en consonancia con el derecho internacional, sino según la ley alemana, que primaba la culpa individual, la cual, dada la política de destrucción de pruebas por parte de los nazis en los estertores de la guerra, resultaba, y aun hoy resulta, sumamente difícil de probar y se prestaba, además, a toda suerte de atenuantes por el hecho de que los acusados, asesorados por una común y cuestionable línea de defensa, alegaron que tan sólo cumplían órdenes.



Otro de los grandes aciertos de Hess radica en su profunda reflexión sobre el perdón y la culpa y, especialmente, el sentimiento de vergüenza y el silencio cómplice de la práctica totalidad de la sociedad, un tema que no le es ajeno a la escritora alemana, pues una de sus fuentes de inspiración, según ha admitido en diversas entrevistas promocionales, fue uno de sus abuelos, protagonista directo de aquella época, quien nunca jamás, al igual que muchos de sus coetáneos, habló del papel que entonces desempeñara en la contienda bélica, ya fuera por su participación activa o por su inacción ante aquella barbarie.



Lejos de caer en lo tremebundo, Hess apuesta por no hacer juicios de valor, obligando al lector a plantearse qué habría hecho de haber vivido en un escenario y un tiempo dominados por la sinrazón de un populismo que supo manipular como nadie, con sus grandes fastos y su apelación continua a una memoria colectiva magnificada, distorsionada e impregnada de falsedades, a un pueblo que, hasta la fecha, había sido considerado como el más culto de la tierra.



La casa alemana también resulta un libro de recomendada lectura por su retrato del papel de la mujer alemana de los años 60, todavía muy alejado de la emancipación que conocería una década después.



Sin embargo, y a pesar de todos sus aciertos, que no son pocos, La casa alemana se ve lastrada por el maniqueísmo con el que han sido construidos unos personajes que no están a la altura del mensaje de la historia en la que se hallan inmersos. A lo que habría que añadir la presencia de subtramas muy poco creíbles, como el trauma que condiciona una relación amorosa poco veraz o el aprendizaje del idioma polaco por parte de la protagonista –los lectores amantes de los idiomas lo entenderán perfectamente; y, no menos importante, un ritmo narrativo irregular en buena parte del relato.



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