3 de julio de 2019

Rocketman



Trufado de clichés, el biopic es muy posiblemente uno de los géneros cinematográficos más clásicos en su estructura y desarrollo narrativo. Por ello, un film basado en la vida y obra de un artista todavía vivo no parece, a priori, que vaya a convertirse en un largometraje de culto, sino más bien en un producto de consumo rápido, sin ningún otro cometido que el de satisfacer a las legiones de los más devotos fans del homenajeado, máxime cuando éste ha participado activamente en la producción del film.

Rocketman, centrado en el auge y caída ¡momentánea! de Elton John es, por el contrario, todo un hallazgo cinematográfico que, aun siendo fiel a los ingredientes más comunes del género biográfico, depara no pocas sorpresas al espectador sibarita, independientemente del agrado que pueda merecerle el músico británico.


La dirección del film ha corrido a cargo de Dexter Fletcher, un actor que conoció cierto reconocimiento entre el público joven de la España de la década de los noventa por su papel protagonista en la serie La pandilla plumilla y que ha acabado especializándose en la dirección de musicales. De hecho, fue precisamente Fletcher quien se hiciera cargo de la celebrada Bohemian Rhapsody tras el despido de su director.

Articulada a base de flashbacks, Rocketman sigue los pasos de Reginald Kenneth Dwight, más tarde conocido con el nombre artístico de Elton John, desde su infancia en el seno de una familia desestructurada hasta su caída en los infiernos tras recorrer un largo camino de abusos de sustancias varias y adicción al sexo.

Esa espiral de autodestrucción se va desgranando en el film mediante una increíble sucesión de números musicales, tan brillantemente coreografiados que evocan, sin desmerecer un ápice, a los espectáculos clásicos de Broadway y del West End londinense.

Rocketman, además, destaca por haber sabido integrar en el guion algunos de los grandes éxitos de Elton John, que sirven al director para retratar diferentes situaciones y estados de ánimo de su principal protagonista, lo que obliga a sus actores a cantar. Esa fórmula brinda escenas brillantes, como la que describe uno de los momentos más dramáticos de la infancia del músico inglés y en la que intervienen la siempre increíble Bryce Dallas Howard –en el papel de madre del artista– y la inigualable Phyllida Law –interpretando a su abuela.

Sin embargo, lejos de sucumbir al dramatismo desaforado que muchas veces, demasiadas, conllevan las historias de autodestrucción y posterior redención, Rocketman destaca por su original formato y por saber combinar, sin que las costuras se noten demasiado, música con fantasía desbordante –como no podía ser menos en un film dedicado a un maestro del glam tan ostentoso–, con un punto de realismo mágico que casa a la perfección con el tono del film.

Sería injusto, no obstante, no mencionar otros puntos fuertes de este largometraje que, por lo ya descrito, se constituye como una rara avis. Entre esos elementos cabría destacar el increíble diseño de producción, con una paleta cromática de las que permanecen en la retina por mucho tiempo, y un cuidadísimo vestuario, especialmente el lucido por el principal protagonista, que es una recreación exacta de algunos de los modelos más estrambóticos que Elton John ha lucido a lo largo de su carrera artística.

Sin embargo, si hay algo en lo que Rocketman brilla por encima de todo y enriquece el conjunto de la obra es, sin duda, la portentosa interpretación de todo su plantel de actores, especialmente, y por el peso de su personaje, del increíble Taron Egerton, que consigue meterse tanto en la piel del artista británico que, tras haber visionado el film, al espectador le va a costar distinguirlo del siempre único Elton John.


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