12 de junio de 2019

Feud


Fuente: Wikipedia

Estrellas rutilantes durante la época dorada de Hollywood, Joan Crawford y Bette Davies fueron víctimas, como la mayor parte de las actrices de su generación, de una industria despiadada y misógina que no perdonaba –ni desgraciadamente, aún hoy, perdona– el envejecimiento femenino.

Lejos de conformarse a caer en el olvido y a dejar de trabajar en lo que las apasionaba, ambas divas, enemigas acérrimas por motivos varios, consiguieron mantenerse a flote rodando films de serie B o bien haciendo incursiones en la pequeña pantalla, un medio hasta no hace demasiado tiempo denostado por las grandes estrellas de Hollywood –por cuanto suponía una notable merma en el caché de los intérpretes.

Convencida de que uniendo sus fuerzas en la gran pantalla la carrera de ambas reflotaría, Joan Crawford, con la ayuda de su fiel asistente, Mamacita, se embarcó en la búsqueda, nada fácil, de una buena historia cuyas protagonistas absolutas fueran mujeres y que pudiera adaptarse al formato cinematográfico. Fue así como daría con ¿Qué fue de Baby Jane?, una novela de Henry Farrell que retrataba el infierno en el que viven confinadas dos hermanas, una actriz de éxito cuya carrera finalizó de forma dramática tras un accidente y una antigua estrella infantil.

Dirigida por el cineasta Ryan Murphy, Feud parte de la gestación y desarrollo de aquel rodaje memorable, que daría lugar a una obra maestra del Séptimo Arte, pero que también se convertiría en una auténtica pesadilla para su director, Robert Aldrich, por la enemistad manifiesta de ambas actrices. De hecho, esa enemistad se vería azuzada, hasta alcanzar dimensiones épicas, por la insidiosa prensa de la época y, sobre todo y apoyándose en esos mismos medios, por el productor Jack Warner, quién asumió esa operación como una estrategia comercial previa al estreno del film. 


Para bien o para mal, las maniobras de Warner dieron resultado y ¿Qué fue de Baby Jane? fue un éxito inmediato en taquilla. Ajenas a aquellos tejemanejes, el resultado de aquella oscura maniobra fue sumamente doloroso para ambas mujeres, pero, sin embargo, incidió no poco en la factura de un film considerado hoy de culto, pues la inquina que se profesaran ambas divas acabaría reflejándose en la complejísima relación de las hermanas a las que encarnaban, dos mujeres solas, envejecidas, perdidas en los sueños de glorias pasadas y unidas, muy a su pesar, por un odio cocido a fuego lento y aderezado con mil y una mezquindades.


Feud no concluye, sin embargo, con el rodaje de aquel film, sino que va mucho más allá, pues el cometido de sus creadores no es otro que el de retratar la historia de una enemistad que duraría hasta el fallecimiento de Joan Crawford –e, incluso, más allá, si se da crédito a los cometarios que Davies hiciera a algunos de sus allegados sobre su gran rival tras la muerte de aquélla.

De corte eminentemente clásico, Feud es, sin duda alguna, una joya televisiva que muy difícilmente dejará indiferentes a los cinéfilos militantes, especialmente a los amantes del film del que parte el guion. Entre sus aciertos destaca un elaborado guion articulado en torno a brillantes diálogos y sustentado en una buena labor de documentación previa, sus cuidados decorados y vestuario, su increíble fotografía, su precioso arranque con unos títulos de crédito que remiten de forma inequívoca al diseñador gráfico Saul Bass, las portentosas interpretaciones de Jessica Lange y Susan Sarandon –muy bien caracterizadas, especialmente la primera, pues Sarandon parte con la ventaja de poseer un rostro que evoca poderosamente al de la propia Bette Davies– y, sobre todo y suma de todos estos ingredientes, las logradísimas recreaciones de algunas de las escenas más famosas del film de Aldrich, entre las que destaca la interpretación de la canción I’ve written a letter to daddy.

Más allá de la  historia de enemistad y rivalidad entre dos mujeres que se parecían más de lo que jamás llegarían a admitir, Feud es también un retrato crudo del Hollywood de la década de los 60 con reminiscencias a las dos décadas inmediatamente anteriores y también al presente de una industria que, a pesar de las muchas batallas ya ganadas, aún continua siendo abrumadoramente misógina, como atestigua el hecho de que dos intérpretes de la talla de Lange y Sarandon se prodiguen tan poco en la pequeña y gran pantalla, cuando ambas han demostrado con creces, a lo largo de sus respectivas carreras, que son dos de las más versátiles actrices de su generación.


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