Finalizamos la semana con el pintor francés Pierre Puvis de Chavannes (1824-1898).
Sumamente admirado en su época –aunque también contara con detractores, especialmente entre los artistas impresionistas–, Puvis de Chavannes llegó a cofundar la Société National des Beaux-Arts, de la que también sería presidente.
Su obra, adscrita a la corriente del simbolismo francés, fue muy apreciada por pintores de la talla de Picasso o Gauguin. Entre sus trabajos destaca Jóvenes a la orilla del mar (1879), que actualmente pende de las paredes del fantástico Musée d’Orsay.
Iniciamos la semana con el pintor francés Théodore Chassériau (1819-1856).
Si bien nacido en la actual República Dominicana, Chassériau pasaría la mayor parte de su vida en París, donde, desde una edad muy temprana, daría muestras de su enorme talento como pintor. De hecho, y con tan sólo 16 años, abriría su propio taller.
Entre su obra, de temática variada y adscrita a la corriente del romanticismo, destaca, El harem (1850-1852), hoy en poder de un coleccionista privado.
Hoy recordamos al pintor francés Edmond Aman-Jean (1858-1936).
Adscrito a la corriente del simbolismo, Aman-Jean, como muchos otros artistas franceses de su tiempo, mostró un especial interés por el arte japonés, entonces muy en boga, tanto en el país vecino como en otros muchos países europeos.
Entre su obra, compuesta principalmente por retratos y murales en emblemáticos edificios públicos –como la Sorbona–, destaca Joven con un pavo real (1895), que hoy puede contemplarse en el Musée des Arts Décoratifs (el parisino Museo de las Artes Decorativas).
Iniciamos el día con el pintor neerlandés Jheronumus Bosch, más conocido como El Bosco (1450-1516).
Hijo y hermano de pintores, El Bosco se inició muy pronto en la profesión que inmortalizaría su nombre y que haría de él uno de los pintores más influyentes de todos los tiempos. Pieter Brueghel el Viejo, Pieter Huys, Max Erns o Dalí son, de hecho, algunos de los consagrados pintores que hallaron en la obra de El Bosco una fuente de inspiración.
La monumental El Jardín de las Delicias (realizada entre 1480 y 1505) es, muy posiblemente, la obra más conocida de El Bosco y hoy puede contemplarse –gracias a la compra de Felipe II, un gran admirador del pintor– en el Museo del Prado.
Hija de Minos, rey de Creta, y de Pasifae, madre del minotauro, Fedra contrajo matrimonio con Teseo, rey de Atenas, con quien engendraría dos hijos. Atrapada en una relación sin amor, que, al parecer, habría gestado su propio hermano Deucalión, Fedra acabaría enamorándose perdidamente de su hijastro Hipólito, lo que la abocaría a un final trágico y a convertirse en uno de los personajes de la mitología griega que más ha atraído a escritores y a artistas a lo largo de la historia.
El primero en recoger por escrito este mito fue Eurípides allá por el año 430 a.C. Tras él, muchos otros autores han abordado la historia de la malograda princesa cretense, dotando al mito de diferentes matices e, incluso, interpretaciones. Entre ellos destacan Séneca, Racine, Miguel de Unamuno, Salvador Espriu, Raúl Hernández Garrido o la malograda dramaturga británica Sarah Kane, cuya adaptación teatral del mito, a mediados de los años noventa del pasado siglo, suscitara no poca controversia por la inclusión de una escena de alto voltaje sexual.
Siguiendo la estela de esos autores consagrados, también el dramaturgo Paco Becerra, ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática, ha querido acercarse al mito para interpretarlo de una manera muy próxima, si bien rabiosamente única, a esa primera versión de la obra de Eurípides que el autor griego, por presión popular, acabaría descartando.
Dirigida por Luis Luque, con quien Becerra conforma uno de los tándems más consolidados del panorama teatral español, Fedra fue estrenada el pasado año en un escenario de lujo y en el marco del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, donde obtuvo el aplauso, prácticamente unánime, de público y crítica.
Tras su paso por la ciudad extremeña, Fedra inició una gira por España que ahora, con su estreno en el Teatre Goya, la ha hecho recalar por segunda vez en la Ciudad Condal, por un periodo breve, pero intenso, a tenor de lo que experimentáramos en una de sus puestas en escena, con un teatro al completo y un público totalmente entregado.
En el éxito continuado de Fedra confluyen varios factores que, por sí solos, ya invitan al espectador a acercase al teatro para vivir una experiencia única, si bien algunas voces críticas aludan al cierto estatismo escénico que imponen los largos monólogos de Becerra, presentes en buena parte de la obra, pero, que en nuestra humilde opinión, conceden a esta pieza teatral una intensidad que no siempre se consigue si no es bordeando el dramatismo más desaforado y, las más de las veces, gratuito.
Entre los factores que hacen de Fedra un espectáculo único destaca, por supuesto, el savoir faire del director Luis Luque a partir del intensamente poético texto de Becerra, a quien conoce bien por su trabajo conjunto en otras piezas teatrales.
Luque, que ha partido de una puesta en escena muy contemporánea, ha sabido acompañarse, además, de grandes profesionales que, en su mayoría, ya estuvieran presentes en la puesta de escena de Todas las noches de un día, como Monica Boromello, a cargo de la escenografía, Juan Gómez-Cornejo, que se ha encargado de una acertada iluminación que ha dotado a la obra de un aura muy especial, Mariano Martin y Bruno Praena, quienes con sus respectivas composiciones musicales y video proyecciones en el escenario han convertido a Fedra en una obra que traspasa los límites tradicionales de las disciplinas artísticas, y Almudena Rodríguez Huertas, artífice de un vestuario de reminiscencias claramente clásicas pero con un punto rabiosamente contemporáneo.
El resultado de Fedra sería, sin embargo, diferente de no contar con un magnífico quinteto de intérpretes que han sabido bordar a la perfección sus papeles, especialmente su principal protagonista, Lolita, que regala al espectador una actuación sobria a la par que intensa y digna de los mejores galardones, lo que viene a confirmar el enorme talento de la hija de Lola Flores, una actriz nata, sublime, enorme y, como demostró al final de la sesión, durante los agradecimientos, sumamente humilde y agradecida al público que, entusiasta, no podía dejar de aplaudir.
Hoy recordamos al pintor alemán Johann Wilhelm Schirmer (1807-1863).
Alumno de la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, en la que, con el devenir del tiempo, impartiría clases, Schirmer se especializó en pintura paisajística y llegó a ser nombrado, por Federico I de Baden, director de la entonces recién creada Academia de Bellas Artes de Karlsruhe.
Entre las obras que Schirmer dejó para la posteridad destaca El Hintersse cerca de Berchtesgaden (1838), que hoy forma parte de una colección privada.
Finalizamos la semana con el pintor neerlandés Johannes Jelgerhuis (1770-1836).
Más conocido por su faceta como actor, Jelgerhuis dejó para la posteridad notables obras, especialmente interiores, como La librería de Pieter Meijer Warnars (1920), un cuadro que da muestra de su notable dominio de la perspectiva.
En la actualidad, este precioso óleo puede contemplarse en el remodelado Rijksmuseum.
Iniciamos el fin de semana con el pintor italiano Eleuterio Pagliano (1826-1903).
Muy vinculado al movimiento del Risorgimiento –que condujo a la reunificación italiana en el siglo XIX–, Pagliano se inició como pintor abrazando el estilo neoclásico para, poco después, dejarlo en pos del romanticismo.
La obra de Pagliano, si bien merecedora de diversos galardones en vida del autor, nunca llegó a ser apreciada por el público en su justa medida hasta la muerte de aquél.
Una dama reclinada con un abanico (1876), buen ejemplo del savoir faire de Pagliano, se halla, como gran parte de su trabajo, en poder de un coleccionista privado.
Este viernes recordamos a la pintora noruega Harriet Backer (1845-1932).
Considerada como una de las pintoras más importantes de su país, Backer, como muchos otros artistas de su generación, residió durante un largo período en París. Tan prolongada estancia propiciaría que su obra, de corte muy realista, se viera claramente influenciada por la corriente del impresionismo.
Entre sus muchos trabajos, destaca Interior azul (1883), que hoy puede contemplarse en el Museo Nacional de Arte, Arquitectura y Diseño de Oslo.
Iniciamos el día con el pintor británico Edward Robert Hughes (1851-1914).
Sobrino del también pintor Arthur Hughes y ayudante de William Holman Hunt, uno de los fundadores de la Hermandad Prerrafaelita, Hughes adscribiría su obra al estilo preconizado por aquella asociación cultural y artística, de vida efímera pero sumamente importante en la pintura inglesa.
Entre sus trabajos destaca Noche con su tren de estrellas (1912), que hoy puede contemplarse en Birmingham Museum and Art Gallery.
Considerada como una de las más bellas ciudades italianas de la región de Emilia Romaña, Ferrara alcanzó su máximo esplendor en los siglos XV y XVI, cuando, convertida en un centro intelectual y artístico de primer orden, devino un importante foco de atracción para algunos de los más reconocidos genios del renacimiento italiano, como Jacopo Bellini, Piero de la Francesca o Andrea Montegna, que se encargaron de decorar los suntuosos palacios de una de las familias más importantes de la ciudad, los Este, soberanos del Ducado de Ferrara y de Módena.
Autor: Un Mundo Cultural
Testimonio de aquel pasado deslumbrante es el imponente castillo de los Este, también conocido como Castillo Estense o Castillo de San Michele, un monumento arquitectónico de apariencia medieval e interior renacentista que ha contribuido de manera decisiva a que el casco histórico de la ciudad de Ferrara fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Autor: Un Mundo Cultural
La construcción del castillo fue iniciada en 1385 y corrió a cargo del arquitecto Bartolino da Novara por encargo de Niccolò II d’Este, quien, tras una revuelta popular especialmente sangrienta, concibió la idea de erigir un edificio en el que su familia pudiera sentirse a salvo ante posibles insurrecciones.
Autor: Un Mundo Cultural
Para la erección del castillo se partió de una torre ya existente, la de los Leones, a la que habrían de unirse otras tres. Sin embargo, a pesar de su aspecto de fortaleza y del propósito de sus fundadores, el castillo iría perdiendo de forma progresiva su carácter defensivo, especialmente en el siglo XV, cuando se convirtiera en la residencia de la Corte Ducal y su interior se viera notablemente modificado por la construcción de diversas salas y ampliaciones varias. Los cambios en el exterior se reducirían, por el contrario, a la sustitución de sus almenas por balaustradas marmóreas.
Si bien en el siglo XVI el castillo fuera pasto de las llamas, gracias a la reforma de Girolamo de Carpi, este precioso edificio aún conserva la apariencia de antaño, netamente medieval, con su planta cuadrada, sus torres defensivas y su foso de agua. Su interior, sin embargo, recuerda, por sus extraordinarios tesoros artísticos, al de un gran palazzo italiano, si bien la extraordinaria colección pictórica de la que dan cuenta las fuentes se halla fuertemente mermada, pues muchas de las obras que la componían se fueron dispersando a lo largo de los siglos.
Autor: Un Mundo Cultural
Escenario de numerosas historias de diverso calibre dramático, el castillo de los Este se halla hoy abierto al público y, a diferencia de otros monumentos italianos, no se encuentra en absoluto masificado. La visita completa incluye el acceso las antiguas cocinas, a las claustrofóbicas celdas –testigos mudos de una historia de amor malograda, entre otros episodios truculentos–, sus suntuosas salas con impresionantes frescos –obras, en su mayoría, de conocidos artistas–, el jardín de los naranjos y la Torre de los Leones, que ofrece una panorámica espectacular de Ferrara.
Autor: Un Mundo Cultural
Desde el punto de vista de la gestión cultural, cabría destacar la apuesta, si bien tímida, por las nuevas tecnologías –con pantallas táctiles cuyo uso permite conocer la historia del castillo y de tres generaciones de la familia de los Este; y la disposición de amplios espejos, colocados estratégicamente en varias salas, para poder observar los frescos de los techos, muchos de ellos en proceso evidente de restauración.
Autor: Un Mundo Cultural
Visita, en definitiva, imprescindible, el castillo de los Este brinda también la oportunidad de descubrir Ferrara, la preciosa ciudad renacentista de Emilia Romaña a la que se puede llegar muy fácilmente desde Bolonia y en un trayecto de tren de poco menos de una hora.
Hoy recordamos al pintor y grabador francés Jacques Joseph Tissot, más conocido como James Tissot (1836-1902).
Alumno de la Escuela de Bellas Artes de París, Tissot expuso su obra, con tan sólo 23 años, en el prestigioso Salón de París, aunque, anglófilo apasionado –lo que le llevó a cambiar su nombre–no tardaría en abandonar la capital francesa para instalarse en Londres.
Si bien de variada temática, la totalidad de la obra de Tissot se adscribe al movimiento pictórico del realismo. Buen ejemplo de ello es su preciosa Una tormenta pasajera, realizada en 1876 y hoy en poder de la Beaverbrook Art Gallery en Canadá.
Iniciamos la semana con el pintor noruego Hans Gude (1825-1903).
Artista precoz hasta el punto de haber sido considerado como un niño prodigio durante su infancia, Gude se formaría principalmente en Alemania, país en el que residiría gran parte de su vida. No obstante, y a pesar de hallarse lejos de su tierra, Gude inmortalizaría el paisaje noruego en innumerables cuadros y, además, brindaría ayuda económica a algunos artistas escandinavos que posteriormente serían reconocidos por sus propias obras.
Damas a la luz del sol (1883) es uno de los más bellos trabajos de Gude, aunque, para disgusto de los amantes del arte, no pueda contemplarse en espacio museístico alguno, pues obra en poder de un coleccionista privado.
Despedimos la semana con la pintora franco-española Françoise Duparc (1726-1778).
Si bien nacida en Murcia, Duparc –hija de una española y de un escultor francés– pasó gran parte de su vida en Marsella, donde se formaría como pintora para, más tarde, instalarse en Londres, ciudad en la que destacaría por sus celebrados retratos.
Para gran desgracia de los amantes del arte, la mayor parte de la obra de Duparc se halla en paradero desconocido. Cuatro de sus cuadros penden, sin embargo, de las paredes del Musée des Beaux-Arts de Marseille. Entre ellos se encuentra Mujer cosiendo, datado en 1854 y muestra fehaciente de la gran maestría de su autora como pintora.
Iniciamos el fin de semana con el pintor británico John Collier (1850-1934).
Adscrito a la corriente del prerrafaelismo, Collier fue uno de los más importantes retratistas de su generación.
No obstante, y si bien en su obra se cuentan numerosos retratos de algunas de las personalidades más prominentes de su tiempo, Collier también abordó diversas temáticas a lo largo de su vida. La bella durmiente (1921), por ejemplo, se inspira en el famoso cuento infantil y, como buena parte de su obra, se halla hoy en poder de un coleccionista privado.
Iniciamos el día con el pintor francés Henri-Pierre Picou (1824-1895).
Adscrito a la corriente del academicismo, Picou llegó a convertirse en uno de los pintores más aclamados de su tiempo.
Entre su obra de temática variada –histórica, mitológica, orientalista– se encuentran muchos trabajos que hoy penden de las paredes de importantes espacios museísticos. Venus, sin fecha de realización conocida, no forma parte, sin embargo, del fondo de ningún museo, pues pertenece a un coleccionista privado.
Estrellas rutilantes durante la época dorada de Hollywood, Joan Crawford y Bette Davies fueron víctimas, como la mayor parte de las actrices de su generación, de una industria despiadada y misógina que no perdonaba –ni desgraciadamente, aún hoy, perdona– el envejecimiento femenino.
Lejos de conformarse a caer en el olvido y a dejar de trabajar en lo que las apasionaba, ambas divas, enemigas acérrimas por motivos varios, consiguieron mantenerse a flote rodando films de serie B o bien haciendo incursiones en la pequeña pantalla, un medio hasta no hace demasiado tiempo denostado por las grandes estrellas de Hollywood –por cuanto suponía una notable merma en el caché de los intérpretes.
Convencida de que uniendo sus fuerzas en la gran pantalla la carrera de ambas reflotaría, Joan Crawford, con la ayuda de su fiel asistente, Mamacita, se embarcó en la búsqueda, nada fácil, de una buena historia cuyas protagonistas absolutas fueran mujeres y que pudiera adaptarse al formato cinematográfico. Fue así como daría con ¿Qué fue de Baby Jane?, una novela de Henry Farrell que retrataba el infierno en el que viven confinadas dos hermanas, una actriz de éxito cuya carrera finalizó de forma dramática tras un accidente y una antigua estrella infantil.
Dirigida por el cineasta Ryan Murphy, Feud parte de la gestación y desarrollo de aquel rodaje memorable, que daría lugar a una obra maestra del Séptimo Arte, pero que también se convertiría en una auténtica pesadilla para su director, Robert Aldrich, por la enemistad manifiesta de ambas actrices. De hecho, esa enemistad se vería azuzada, hasta alcanzar dimensiones épicas, por la insidiosa prensa de la época y, sobre todo y apoyándose en esos mismos medios, por el productor Jack Warner, quién asumió esa operación como una estrategia comercial previa al estreno del film.
Para bien o para mal, las maniobras de Warner dieron resultado y ¿Qué fue de Baby Jane? fue un éxito inmediato en taquilla. Ajenas a aquellos tejemanejes, el resultado de aquella oscura maniobra fue sumamente doloroso para ambas mujeres, pero, sin embargo, incidió no poco en la factura de un film considerado hoy de culto, pues la inquina que se profesaran ambas divas acabaría reflejándose en la complejísima relación de las hermanas a las que encarnaban, dos mujeres solas, envejecidas, perdidas en los sueños de glorias pasadas y unidas, muy a su pesar, por un odio cocido a fuego lento y aderezado con mil y una mezquindades.
Feud no concluye, sin embargo, con el rodaje de aquel film, sino que va mucho más allá, pues el cometido de sus creadores no es otro que el de retratar la historia de una enemistad que duraría hasta el fallecimiento de Joan Crawford –e, incluso, más allá, si se da crédito a los cometarios que Davies hiciera a algunos de sus allegados sobre su gran rival tras la muerte de aquélla.
De corte eminentemente clásico, Feud es, sin duda alguna, una joya televisiva que muy difícilmente dejará indiferentes a los cinéfilos militantes, especialmente a los amantes del film del que parte el guion. Entre sus aciertos destaca un elaborado guion articulado en torno a brillantes diálogos y sustentado en una buena labor de documentación previa, sus cuidados decorados y vestuario, su increíble fotografía, su precioso arranque –con unos títulos de crédito que remiten de forma inequívoca al diseñador gráfico Saul Bass–, las portentosas interpretaciones de Jessica Lange y Susan Sarandon –muy bien caracterizadas, especialmente la primera, pues Sarandon parte con la ventaja de poseer un rostro que evoca poderosamente al de la propia Bette Davies– y, sobre todo y suma de todos estos ingredientes, las logradísimas recreaciones de algunas de las escenas más famosas del film de Aldrich, entre las que destaca la interpretación de la canción I’ve written a letter to daddy.
Más allá de la historia de enemistad y rivalidad entre dos mujeres que se parecían más de lo que jamás llegarían a admitir, Feud es también un retrato crudo del Hollywood de la década de los 60 con reminiscencias a las dos décadas inmediatamente anteriores y también al presente de una industria que, a pesar de las muchas batallas ya ganadas, aún continua siendo abrumadoramente misógina, como atestigua el hecho de que dos intérpretes de la talla de Lange y Sarandon se prodiguen tan poco en la pequeña y gran pantalla, cuando ambas han demostrado con creces, a lo largo de sus respectivas carreras, que son dos de las más versátiles actrices de su generación.
Iniciamos el día con el pintor italiano Giovanni Boldini (1842-1933).
Hijo de un reputado pintor, Boldini se reveló, a su vez, como un artista precoz, cuando, con tan sólo 16 años, realizó su primer autorretrato.
Viajero incansable, Boldini habría de transitar por las principales ciudades europeas, aunque sería en París donde permanecería más tiempo. Su obra, de corte realista, fue, de hecho, inspirada por el trabajo de pintores franceses ya afamados en aquel tiempo, como Edouard Manet o Pierre Renoir.
Entre sus trabajos, destaca La hamaca (1872-1874), hoy en poder de un coleccionista privado.
Iniciamos la semana con el pintor neerlandés Wybrand Hendriks (1744-1831).
Nacido en el seno de una familia de escultores, Hendriks escogió la pintura como medio de expresión artístico, una vocación que no sólo acabaría convirtiéndolo en un consumado pintor, sino, además, en conservador de arte en el museo más antiguo de los Países Bajos, el Museo Teyler.
Entre su obra –mayormente centrada en paisajes y bodegones y, especialmente, retratos– destacan algunas pinturas del interior y exterior de aquel museo. Su Sala oval (1800-1820) es, de hecho, su más conocido trabajo y hoy puede contemplarse, cómo no, en el Museo Teyler.
Finalizamos la semana con el pintor francés Eugène Emmanuel Amaury Duval (1808-1885).
Hijo de diplomático y sobrino de un conocido dramaturgo, Duval consiguió hacerse un nombre en su profesión cuando, con tan sólo 25 años, logró exponer en el prestigioso Salón de París. Tras esa hazaña, viajaría por diversos países europeos y al regresar a Francia se convertiría en uno de los artistas oficiales que habrían de decorar algunas iglesias de reconocido valor artístico.
Más allá de aquella labor, Duval es sobre todo recordado por su maestría como retratista. Buen ejemplo de ello es su preciosa Madame de Loynes (1862), sublime retrato de la fundadora de uno de los salones literarios y políticos más influyentes de su tiempo. El bello cuadro pende hoy de las paredes del Musée d’Orsay.
Iniciamos el fin de semana con el pintor y escultor francés Louis-Robert Carrier-Belleuse (1848-1913).
Hermano e hijo de pintores, Carrier-Belleuse se formó profesionalmente en la Escuela de Bellas Artes francesa.
Más conocido y aclamado en su faceta como escultor, Carrier-Belleuse fue también un pintor dotado, como lo prueba su Cocinero de crepes (1874), una obra que, tras ser subastada por la prestigiosa Sotheby’s, se halla hoy en poder de un coleccionista privado.
Hoy recordamos al cineasta alemán F.W. Murnau y uno de sus más conocidos films, Nosferatu (1922).
Obra clave del expresionismo alemán, Nosferatu se basa en la famosa novela de Bram Stoker, Drácula, aunque, como su productora no consiguiera los derechos, ninguno de sus personajes, incluido el propio Drácula –aquí el Nosferatu del título–, responde al nombre con el que lo bautizara el escritor irlandés.
Justo un siglo después del nacimiento de Max Schreck (1879-1936), el actor que encarnara a Nosferatu, se rodaría el remake del film de Murnau. Con una caracterización casi idéntica a la de Schreck, el principal actor de esa nueva versión, Klaus Kinski, l’enfant terrible del cine alemán de hace varias décadas, lograría una de sus mejores interpretaciones. Os dejamos con el tráiler de este último film, Nosferatu, el vampiro de la noche, dirigido en 1979 por el aclamado cineasta alemán Werner Herzog.
Iniciamos el día con el pintor danés Christen Dalsgaard (1824-1907).
Alumno de la Real Academia de Bellas Artes de Dinamarca, Dalsgaard es hoy considerado uno de los mejores pintores daneses de su generación
Su obra, de corte muy realista, se centró casi en exclusiva en las escenas más cotidianas de su más inmediato entorno. Los mormones visitan a un carpintero local (1856), considerado como su mejor trabajo, se ajusta a esa línea temática y da testimonio de su extraordinario talento como pintor. En la actualidad, esta bella obra puede contemplarse en el Statens Museum for Kunst, sito en la capital danesa.
Hace unas semanas se inauguraba en CaixaForum Barcelona la exposición Lujo, de los asirios a Alejandro Magno. La muestra, que está comisariada por Alexandra Fletcher, conservadora del Departamento de Oriente Próximo del British Museum, es fruto de la cuarta colaboración hasta la fecha entre el prestigioso museo británico y la Fundación La Caixa.
La exposición cubre un vastísimo período de tiempo, desde el 900 hasta el 300 a.C. y se enmarca en la época de los grandes imperios de la antigüedad, el asirio, el babilónico, el fenicio y el persa hasta llegar al reinado de Alejandro Magno. Este momento histórico, fascinante por su intensidad –si bien esos 600 años contaron con largos de paz, las fuentes escritas y arqueológicas testimonian múltiples enfrentamientos y saqueos–, fue importantísimo en el desarrollo del comercio de materias primas, metales preciosos y objetos manufacturados que, por la complejidad de su elaboración y adquisición, se convirtieron en productos de lujo sólo accesibles para las clases más adineradas, lo que, a su vez, daría pie a otro tipo de comercio, basado en la imitación de aquellos productos y dirigido a clases no tan pudientes, pero sí conocedoras de ese mercado del lujo.
De hecho, nunca se había producido un desarrollo tal de los artículos de lujo, lo que incentivaría de manera decisiva tanto las relaciones comerciales como las de poder entre las extintas civilizaciones.
Para la puesta en escena de esta muestra se ha contado con un conjunto de más de doscientas piezas, procedentes, todas ellas, del British Museum. Entre esas piezas destacan ornamentos para mobiliario, monedas, cerámica, diversos objetos de lujo para ser utilizados en la mesa o como recipientes de cosméticos, joyas e impresionantes relieves –destacando especialmente uno perteneciente al Palacio de Nínive. Muchas de esas piezas fueron facturadas en marfil y metales preciosos, especialmente oro y plata, como el tesoro de Oxus, uno de los mayores atractivos de la exposición, que ha llegado a nuestros días en todo su esplendor gracias a su excelente estado de conservación.
Ese afán por el lujo, tan intenso antaño como en nuestra era, dio también lugar a la construcción de suntuosos palacios y no menos lujosos jardines, como refleja una de las secciones más cuidadas de la exposición, en la que se recrean los sonidos y hasta los aromas de los que gozarían los visitantes de los jardines colgantes de Nínive.
A lo largo de toda la muestra, que se halla dividida en secciones siguiendo un criterio cronológico y espacial, se puede constatar no sólo como el negocio del lujo acabaría constituyéndose como un motor de las relaciones comerciales –lo que propiciaría la creación de una red de productores de materias primas y artesanos–, sino que acabaría teniendo, además, un fuerte componente netamente militar, pues la exhibición de la riqueza reforzaba el poder político y, además, obraba como una suerte de arma intimidatoria ante los enemigos, ya que buena parte de los objetos obtenidos podían haber sido fruto de saqueos.
Por otra parte, y más allá del valor del lujo en la historia de la antigüedad, el recorrido de la muestra permite contemplar tanto las influencias mutuas en la producción de aquellos codiciados objetos, como estudiar su evolución artística a lo largo del tiempo.
Exposición, en definitiva, deslumbrante, Lujo, de los asirios a Alejandro Magno brinda al visitante un apasionante viaje en el tiempo y cuenta, como es habitual en las muestras albergadas por CaixaForum, con ese sello de calidad tan característico de la institución, en el que prima la rigurosidad, el énfasis en el detalle y el cuidado y mimo con el que se presentan y mantienen las piezas.
Hoy recordamos al pintor holandés Bartholomeus van Hove (1790-1880).
Cofundador del Pulchri Studio –una importante institución artística con sede en La Haya– y miembro de Arti et Amicitiae –asociación artística centenaria radicada en Ámsterdam–, Van Hove fue, en su tiempo, un reconocidísimo pintor y, además, el maestro de muchos artistas hoy consagrados.
Ciudad holandesa a la luz de la luna (1826) es uno de los mejores ejemplos del savoir faire de Van Hove y una muestra más de su predilección por la temática paisajística. Hoy puede contemplarse en el Museo de Bellas Artes de Gante.
Tal día como hoy, en 1924, fallecía el inigualable escritor Franz Kafka (1883-1924).
Nacido en el extinto Imperio Austrohúngaro, Kafka es hoy considerado uno de los autores más importantes en lengua alemana, aunque en vida sólo publicara una pequeña parte de su producción literaria y no conociera jamás ni éxito ni reconocimiento.
Como no podía ser menos, hoy le dedicamos nuestro post del día a su obra y persona y para ello hemos escogido este retrato tomado en 1906 y rescatamos de nuestro baúl la noticia que dedicáramos al magnífico cómic, El proceso, basado en la obra homónima del inmortal escritor.
La novela gráfica El proceso es fruto del trabajo conjunto del dramaturgo estadounidense David Zane Mairowitz y de la polifacética artista francesa Chantal Montellier
Despedimos la semana con el pintor y escultor británico Edwin Landseer (1802-1873).
Artista precoz, Landseer fue también un trabajador incasable, en activo hasta prácticamente el final de sus días. De hecho, realizó, pocos años antes de su muerte, la que quizá sea su obra más famosa como escultor, los cuatro leones de bronce que rodean la estatua del almirante Nelson en la emblemática Trafalgar Square.
En su faceta como pintor, Landseer gozaría, a lo largo de toda su vida, de un gran éxito con sus cuadros de escenas familiares y, especialmente, de animales. A este último grupo pertenece su realista Un miembro distinguido de la sociedad humana (1838), que hoy forma parte de la Tate Britain.
Tal día como hoy, en 1926, nacía en Los Ángeles Norma Jeane Baker, quien más tarde, y con otro nombre, se convertiría en una de más famosas actrices de todos los tiempos, la malograda Marilyn Monroe.
Hoy la recordamos de la mano de Milton H. Greene (1922-1985), conocido como el fotógrafo de las estrellas de cine y quién quizá más haya contribuido a cimentar el mito de una actriz que siempre permanecerá joven y bella en la memoria colectiva.