Durante mucho tiempo al cine le fue negada su condición de disciplina artística y quizá sea ésta la principal razón por la cual el Séptimo Arte, en su afán por sobrevivir, no ha cejado nunca en su empeño por adaptarse a los nuevos tiempos. La aproximación a las nuevas tecnologías a través del formato 3D sería el ejemplo más cercano, pero si hubo realmente un momento en que ese apego a la modernidad tuvo consecuencias dolorosas fue la transición del cine mudo al sonoro.
Esa transición supuso el fin de las carreras de muchos actores que no pudieron adaptarse a un formato que privilegió voces y acentos y renegó de las actuaciones cargadas de gesticulaciones exageradas y más próximas al teatro que al cine tal y como lo entendemos hoy día.
Con The Artist, su guionista y director, Michel Hazanavicious, ha querido hacer un homenaje no solamente a los inicios del cine sino también a las carreras truncadas de aquellos primeros intérpretes, lo cual ha dado pie a la aproximación a otras temáticas que ya se han plasmado en el celuloide, como el amor entre una estrella emergente y otra en plena decadencia, el paso del estrellato al anonimato o el orgullo del artista. Sin embargo, y lejos de provocar un cierto déjà vu en el espectador, la prodigiosa soltura de Hazanavicious con un género tan añejo dota de una nueva dimensión a esos ingredientes argumentales, lo que demuestra no sólo un profundo amor por el cine silente sino un amplísimo conocimiento del mismo.
Además, en su sentido homenaje, el director galo no se ha limitado a filmar un film en la forma en la que lo hicieran los primeros cineastas, sino que ha apostado por mostrar cómo se rodaban esas películas en las primeras décadas del siglo pasado y cómo se exhibían en la pantalla grande, acompañadas por una orquesta que tocaba en directo y que suplía la ausencia de banda sonora.
Sin embargo, el homenaje de Hazanavicious no se circunscribe por completo al cine silente sino que se hace extensivo al cine con mayúsculas, como vienen a demostrar los excelsos momentos - guiños cinéfilos dignos de los paladares más exquisitos-, donde se rememoran filmes como Ciudadano Kane del gran Orson Welles, se utiliza la hipnótica música de Vértigo del mago del suspense Alfred Hitchcock o se rinde tributo al género musical de la década de los años 30 y, por extensión, a los desaparecidos Fred Astaire y Ginger Rogers.
Si el tiempo le hace justicia, The Artist también será recordada por algunos episodios gloriosos, donde se combinan con maestría el uso de la música y de los silencios absolutos, y por su ritmo sostenido al que, rozando la perfección, no le sobra ni un sólo segundo.
También quedará para la posteridad la interpretación de unos absolutamente magníficos Jean Dujardin y Bérénice Bejo – a seguir desde ya –, secundados por un sólido reparto y un prodigioso can que amenaza con robar más de una escena.
The Artist es simple y llanamente una obra de arte; también es una apuesta arriesgada en un momento en el que hace ya tiempo que la mediocridad campa a sus anchas en mucha producción cinematográfica, por lo que si, como se rumorea, consigue el reconocimiento de la Academia de Hollywood, quizá aún no sea demasiado tarde para un maridaje entre éxito y calidad. Crucemos los dedos para que así sea.