29 de febrero de 2012

The Reanimation Library. Rescatando libros de las garras del olvido




Andrew Beccone, un bibliotecario norteamericano con talento musical y artístico, fundó hace una década lo que entonces parecía un proyecto osado y de incierto futuro, The Reanimation Library, una biblioteca independiente que a lo largo de todos estos años se ha venido nutriendo de libros obsoletos o irremisiblemente condenados a sucumbir bajo las garras del olvido.

En un principio, Beccone adquirió muchas de las obras que componen su colección en tiendas de segunda mano y de la basura; actualmente, y tras dos lustros de intensas búsquedas, la mayor parte de las adquisiciones se producen vía donaciones; sin embargo, tanto entonces como ahora, Beccone ha privilegiado como principal criterio de selección el componente visual de los libros, por lo que la inmensa mayoría de los casi 1500 ejemplares reunidos hasta la fecha son obras que versan sobre ciencia, medicina o deporte y que pueden responder a títulos tan extraños, e incluso inquietantes, como Sex lives of animals without backbones o Handbook of doll repair and restoration.

Puntualmente, y hasta el 9 de marzo, The Reanimation Library se encuentra en el MoMA de Nueva York formando parte del taller Print Studio; sin embargo, su primer hogar fue el propio domicilio de Beccone, aunque desde hace ya unos años la biblioteca se halla en un espacio propio de la galería Proteus Gowanus de Brooklyn, lugar donde los usuarios pueden escanear y fotocopiar extractos de los libros que sean de su interés, aunque no llevárselos, ya que, dada su singularidad, están excluidos de préstamo.



El éxito de esta iniciativa ha propiciado que en otras ciudades norteamericanas se hayan creado centros con el mismo nombre y características, espacios que reúnen los rasgos más distintivos de una biblioteca pero también los de las galerías de arte y lugares de creación cultural y artística, lo que responde a la voluntad de Beccone de reivindicar el papel que las bibliotecas pueden jugar en la inspiración y creación de proyectos artísticos y culturales.

Además, y como no podía ser de otra forma, The Reanimation Library dispone de un espacio virtual en su página web que permite que, desde cualquier punto del planeta, un usuario pueda consultar las obras registradas (existen varios motores de búsqueda) e, incluso, añadir nuevo material.

Beccone concibió The Reanimation Library para llegar al máximo público posible, aunque evidentemente, y dadas las principales pretensiones que alientan esta idea – enriquecimiento del patrimonio cultural e incentivación de la creatividad -, son los llamados arqueólogos culturales y/o los creativos de diversas disciplinas artísticas los colectivos que se constituyen como el público más fiel del proyecto.

Acorde con los tiempos, The Reanimation Library se mueve con soltura en dos mundos condenados a entenderse, el analógico y el digital. No obstante, si tenemos presente que el gran problema de las bibliotecas se traduce siempre en su falta de espacio y que The Reanimation Library aspira a convertirse en una colección infinita, es más que probable que el mundo digital acabe por imponerse en cuanto a espacio de conservación, lo que no implica, por supuesto, que el papel de la biblioteca – no sólo como lugar de estudio, sino como fuente de inspiración o creación, tal y como preconiza Beccone – reste inmutable.


27 de febrero de 2012

El topo. Una adaptación soberbia




La obra literaria de John Le Carré ha sido objeto de no pocas adaptaciones, por lo que El Topo, de no mediar todo el revuelo mediático que han suscitado sus nominaciones a los Oscar, bien pudiera pasar desapercibida para los lectores no afines a las complejas tramas urdidas por el escritor británico que durante cuatro años ejerció como espía para su país.

No es la primera vez, sin embargo, que la novela que escribiera Le Carré hace ahora casi cuatro décadas es objeto de una adaptación. En 1979, la BBC rodó una miniserie que por estos lares se tradujo con su título original -  Calderero, sastre, soldado, espía – y que fue protagonizada por Alec Guiness en el papel de George Smiley, personaje emblemático de la obra de Le Carré al haber transitado por las páginas de cinco de sus libros.

El Topo se enmarca en el contexto de la Guerra Fría, un momento histórico idóneo para que se pergeñaran – en la realidad y en la ficción – las más complejas tramas de espionaje, preñadas de engaños, confusiones, traiciones e, incluso, paranoias. No obstante, lejos de caer en la más pura artificiosidad de los estereotipos generados por el cine de Hollywood para con el género del espionaje – en el que proliferan los villanos de opereta, los tiroteos y explosiones sin fin, las persecuciones carentes de sentido la mayor parte de las veces e, incluso, las inverosímiles historias de amor -, El Topo se constituye como un film sobrio que huye por completo de los golpes de efecto y que cuenta con un reparto excepcional en el que destacan John Hurt, Colin Firth, Benedict Cumberbatch y, sobre todo, un increíble Gary Oldman en una de las interpretaciones más contenidas y magistrales de su carrera.

El Topo cuenta, además, con el más que buen hacer del director sueco Tomas Alfredson – artífice de la inquietante Déjame entrar -, bajo cuya batuta se orquesta una trama absorbente, de factura fría y en la que son las palabras y las miradas de los protagonistas las que entablan los duelos que se libran a lo largo de todo el metraje.  


De hecho, esa fría mirada de Alfredson, que se traduce en la elección de una paleta de colores grisáceos y tristes, no podría resultar más idónea para recrear con verismo el ambiente opresivo e intrigante  que caracterizaba la novela original de Le Carré – especialmente en los espacios cerrados - y retratar las anodinas y solitarias vidas de unos personajes enfrentados por las dudas y las sospechas.

Sin embargo, donde la labor del cineasta sueco resulta más acertada, si cabe, es en su apuesta por un ritmo lento y constante, acompañado por una fantástica banda sonora - compuesta por el español Alberto Iglesias - y por unos magníficos flashbacks, perfectamente integrados en la trama y que hacen avanzar la narración hacia un final brillante que tiene como colofón la original inclusión del tema Le Mer interpretado por un joven Julio Iglesias.

Finalmente, destacar que si bien algunas voces han tachado de demasiado compleja la trama del film de Alfredson, El Topo es una magnífica reconstrucción de un gran puzle al que no le sobra ni le falta ni una sola pieza. Al fin y al cabo, nos hallamos ante un film que no sólo se constituye como una soberbia adaptación del material literario en el que se inspira, sino que es una oportunidad para recordar, de una forma muy alejada a como nos tiene acostumbrados el Séptimo Arte, un período histórico apasionante y muy reciente. 


24 de febrero de 2012

El paraíso de Zahra. Un acercamiento a la realidad iraní




En junio de 2009 numerosos ciudadanos iranís – estudiantes en su mayoría- se manifestaron contra unas elecciones que consideraban fraudulentas al no haber surgido elegido el partido liderado por el reformista Mir Hussein Mousavi, a quien los sondeos previos habían otorgado la victoria. Las protestas se tradujeron en la llamada “Revolución verde” – debido al color utilizado por Mousavi en su campaña electoral -, la cual fue reprimida brutalmente por las fuerzas de seguridad del régimen de  Mahmud Ahmadineyad, que detuvieron y torturaron a cientos de ciudadanos y se cobraron la vida de varias personas, entre ellas la estudiante Neda Agha Soltan, cuya muerte fue captada por un vídeo que ha dado la vuelta al mundo.

El Paraíso de Zahra parte de estos acontecimientos y es obra de Amir y Khalil, nombres ficticios - por miedo a las represalias del régimen de Ahmadineyad - tras los que se esconden dos dibujantes de nacionalidad iraní pero residentes en Estados Unidos.

En su búsqueda de realismo, Amir y Khalil han apostado por inspirarse en los testimonios que pueden hallarse en redes sociales como Facebook, Twitter o Youtube, de las que se valen numerosos usuarios para denunciar las desapariciones y torturas de sus seres queridos, especialmente en lugares de infausta fama como las cárceles de Evin o Kahrizak.

El Paraíso de Zahra se basa, aunque de manera muy libre, en uno de esos testimonios, el de una mujer que busca desesperadamente a su hijo, desaparecido en aquellas manifestaciones. Esta historia de una madre coraje sirve a los autores para profundizar en la situación del pueblo iraní. Sin embargo, lejos de resultar sensacionalista, el relato de los hechos se lleva  a cabo de una forma un tanto cruda, magnificada por unas viñetas en blanco y negro en las que se dan cita unos personajes de un verismo y dinamismo portentosos y que descubren al lector la corrupción del régimen que gobierna el país, las diferentes vejaciones y humillaciones a las que han tenido que hacer frente los manifestantes detenidos en 2009 o la lucha clandestina de los opositores al régimen.

El título de la obra, por otra parte, hace referencia al mayor cementerio de Teherán, donde están enterrados, entre otros, los mártires de la revolución iraní, los de la guerra entre Irán e Irak y, al parecer y de forma secreta, los desaparecidos durante los disturbios acaecidos en junio de 2009, cuyas tumbas, por cierto, son inaccesibles para los ciudadanos.

El Paraíso de Zahra fue concebida como una historia por entregas en el blog de uno de los personajes ficticios que protagonizan esta obra (lo que es especialmente interesante, ya que las redes sociales juegan un importantísimo papel en la oposición al régimen de Irán dentro del propio país); sin embargo, el éxito de esta iniciativa fue tal que el conjunto de estas entradas ha sido recogido en un único volumen impreso, que es el que ha llegado a las librerías.

La obra de Amir y Khalil, en definitiva, no sólo se constituye como una denuncia al régimen de Mahmud Ahmadineyad, sino que es una llamada a la reflexión sobre todos los regímenes totalitarios que, en aras del bienestar del pueblo, no dudan en acometer con violencia contra todos aquellos ciudadanos que, valientemente, optan por una actitud disidente, aun a pesar de los peligros que ello pueda entrañar.


22 de febrero de 2012

La familia Wittgenstein. Un recorrido por la historia europea




Los miembros de la familia Wittgenstein – ricos hasta un grado bochornoso, melómanos, cultos, excéntricos e, incluso, geniales – no sólo hubieron de sobrellevar tragedias de una magnitud prácticamente inconcebible, sino que sus vidas estuvieron estrechísimamente vinculadas al devenir histórico de la convulsa Europa del siglo pasado.

En su aproximación a una de las familias más importantes del extinto Imperio Austrohúngaro, Alexander Waugh – reconocido crítico musical y nieto del gran escritor británico Evelyn Waugh (autor de Retorno a Brideshead) - ha apostado por abordar la vida de los ocho hijos del hacedor de la inmensa fortuna familiar, Karl Wittgenstein, pero privilegiando su atención sobre los dos únicos varones que no cometieron suicidio y que, tras haberse sustraído del dominio tiránico de su progenitor, se volcaron por completo en su vida profesional, legando sus obras a la posteridad.

Paul y Ludwig Wittgenstein, los niños de tímida sonrisa que aparecen en la portada de esta obra, gozaron de las mieles del éxito en vida, aunque la estrella del primero empezó a declinar tras la Segunda Guerra Mundial. Paul logró convertirse en un virtuoso del piano de fama internacional - a pesar de haber perdido su brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial -, mientras que su hermano Ludwig – el más excéntrico de los Wittgenstein y compañero de aula de Adolf Hitler - devino uno de los filósofos más importantes del siglo XX, especialmente tras la redacción de su obra cumbre, Tractatus Logico-Philosophicus, la cual sigue siendo objeto de estudio en el presente.

El mayor acierto de Waugh radica, sin duda, en entrelazar la vida de sus protagonistas con los acontecimientos históricos que a éstos les tocó vivir, lo que convierte esta obra en un magnífico fresco para comprender mejor la Europa del siglo pasado y, sobre todo, recrear lo que supuso el  inicio del desmoronamiento del Imperio Austrohúngaro tras la muerte del último de los Habsburgo, Francisco José I (esposo de la emperatriz Sissi), y el asesinato en Sarajevo de su sucesor y sobrino, el archiduque Francisco Fernando, que fue el detonante para que estallara la Primera Guerra Mundial.

La ágil pluma de Waugh recrea con verismo esa Viena anterior a las dos guerras mundiales, una ciudad flamante y cosmopolita, con un toque de pomposidad, en la que residían destacados nombres de la literatura, la música, la pintura e incluso el mismo padre del psicoanálisis (Sigmund Freud), además de una burguesía culta y refinada, cuyo mayor exponente fueron los propios Wittgenstein, quienes daban cita, en su suntuoso palacio situado en el centro de la ciudad, a músicos de reconocidísima fama, como Mahler o Richard Strauss.

Sin embargo, Waugh no ciñe su relato a ese momento histórico concreto, sino que incide, a través de las desdichas de los protagonistas de su obra, en las circunstancias que llevaron al suicidio a no pocos millonarios tras el Crack del 29; la anexión de Austria y Alemania – que comportó el exilio, cuando no la muerte, de familias judías y conversas -; la merma de fabulosas fortunas a causa de la inflación; y, sobre todo, la sinrazón de las dos contiendas mundiales que sacudieron y cambiaron el mundo.

La familia Wittgenstein es, en definitiva, una obra bien escrita y bien documentada - salpicada por los comentarios de una de las mentes más preclaras del siglo XX, Stefan Zweig- , que incita a la reflexión sobre un pasado no demasiado lejano.


20 de febrero de 2012

Nara. La ciudad de los ciervos



Daibitsu-den en el templo Todai-ji 

La ciudad de Nara, considerada la cuna de la civilización nipona, es en la actualidad una de las urbes más importantes de la región de Kansai – junto con Kioto, Osaka y Kobe – y uno de los destinos turísticos más importantes de Japón.

De hecho, las hordas de turistas con cámara en ristre invaden cada año las milenarias calles de esta pequeña ciudad que llegó a ser la primera capital del país, un papel que detentó durante 75 años, tiempo suficiente para que se convirtiera en el escenario donde se erigieron los templos budistas más antiguos del país del sol naciente.

El rico patrimonio artístico de Nara, además, ha hecho posible que sea considerada como la segunda ciudad depositaria – tras Kioto – del riquísimo legado cultural japonés (no en vano cuenta con ocho monumentos y lugares estimados como patrimonio mundial por la Unesco).


El parque de Nara-Koen, con sus más de 1200 ciervos repartidos por su enorme superficie, sin duda es uno de los mayores atractivos de la ciudad. Este tipo de cérvidos – que antes del advenimiento del budismo en Japón gozaron de un estatus sagrado - , no sólo corretean a sus anchas por un entorno absolutamente bucólico, salpicado por riachuelos, prados o lagos, sino que pueden hallarse fuera del parque, en sus inmediaciones, esperando ansiosos a que alguien les ofrezca comida. Esa comida suele ser Shika Sembei, o galletas para ciervos, que pueden comprarse a los vendedores ambulantes repartidos a lo largo y ancho del parque y que son devoradas con auténtica fruición por estos animales (se aconseja no llevar nada a mano, pues no es infrecuente observar cómo los ciervos – que no muestran temor alguno ante la presencia masiva de seres humanos en su hábitat natural – se comen los mapas o folletos de los turistas poco avisados).

Sin embargo, el encanto de este hermosísimo parque no radica por completo en su fauna, sino en sus casas de té fabricadas con madera (que ofrecen el siempre delicioso té matcha, servido como bebida - caliente o fría - o utilizado como ingrediente principal de pastelillos dulces o salados); y, sobre todo, en el templo Todai-Ji, albergado por el edificio de madera más grande del mundo (aunque su tamaño actual sea tres veces inferior al original) y en cuyo interior, tras franquear una enorme puerta de 25 metros de altura,  se halla un magnificente buda de bronce, el Daibutsu-den que, con sus 14,90 metros de alto y su peso de más de 500 toneladas, impresionó tanto a las autoras de este blog que su imagen fue escogida como encabezamiento de aquél y de la página de Twitter vinculada al mismo.

Nara también ofrece al visitante la posibilidad de retrotraerse en el tiempo recorriendo las viejas calles de la zona de Naramachi; de admirar el templo de Horyji y su preciosa pagoda – patrimonio de la humanidad desde 1993; de delectarse con las más de 1800 lámparas que adornan el camino que conduce al santuario Kasuga Taisha; o de meditar en uno de los numerosos bancos que rodean el lago Sarisawa Ike – en el centro de la ciudad – mientras se contempla a los numerosos artistas, dibujantes y pintores, que se congregan a diario para dar rienda suelta a su creatividad. 

Con su belleza natural y arquitectónica, Nara no sólo deja un recuerdo indeleble en la memoria de quien la visita, sino que es un lugar más que propicio para experimentar el llamado mal de Stendhal.

17 de febrero de 2012

La Ola. Un cómic inquietante




La buena acogida que tuvo La Ola, un libro escrito hace unos años por el estadounidense Morton Rhue (también conocido como Todd Strasser), propició que su argumento fuera llevado a la escena teatral y posteriormente, en el año 2008, adaptado a la gran pantalla con un film de producción alemana y dirigido por Dennis Gansel.

Para la elaboración de su obra, Rhue se había inspirado en unos hechos reales acaecidos a finales de la década de los 60 del pasado siglo. William Ron Jones, un profesor de un instituto californiano, sometió a sus alumnos a un osado experimento sociológico al constatar que a éstos les era imposible entender el porqué de la pasividad y/o colaboracionismo de la población civil alemana con respecto al nazismo. El resultado de ese experimento dio pie a un libro redactado por el propio Jones y más tarde a un telefilm rodado en 1981.

La adaptación al formato cómic del libro de Rhue es, por ahora, la última obra que recuerda el experimento de Jones y su producción ha recaído en una debutante, la diseñadora gráfica alemana Stefani Kampmann.

En esta nueva versión, sin embargo, el desarrollo de los hechos acaecidos en 1969 se produce a un ritmo mucho más rápido que en el libro de Rhue y, al contrario que en el film alemán rodado hace unos años, se ha optado por prescindir del intenso y creciente dramatismo que conduce a su duro final. A pesar de ello, esta traslación de la obra de Rhue al formato de novela gráfica sigue siendo totalmente incisiva y contundente en su intento por explicar cómo la semilla de la barbarie más atroz puede estar latente en todo ser humano; una sinrazón que se aborda a través de tres ideas - comunidad, disciplina y acción –  y que la autora de esta obra plasma magníficamente bien a lo largo de todas sus viñetas.

Kamptmann, además, se ha valido de un estilo muy juvenil para acercarse lo máximo posible a los públicos de todas las edades, aunque haya optado también por incluir escenas muy duras (como las fotografías reales y reconocibles de los campos de exterminio nazi o de las multitudes vociferantes y fanatizadas ante las consignas de un líder supuestamente carismático) y que tienen por fin constituirse como un auténtico revulsivo para el lector.

Todo ello se ve reforzado por una magnífica contraposición de imágenes que consigue transmitir la sensación de un miedo atenazador en una atmósfera cada vez más amenazadora y claustrofóbica, muy sabiamente magnificada por el uso del blanco y negro y por el trazado muy dinámico – aunque no demasiado detallado – de los personajes que pueblan las viñetas de esta obra. No obstante, son precisamente esos personajes, que pecan de estereotipados y están desprovistos de un gran calado psicológico (muy posiblemente porque estén pensados para llegar a un púbico adolescente), el único punto negativo de esta novela gráfica.

La versión en formato cómic de La Ola es, en definitiva, una obra más que interesante y necesaria para denunciar no sólo el fascismo, sino todos aquellos regímenes totalitarios que, en aras de denostar el corrosivo individualismo extremo del que han pecado – y pecan – algunas sociedades, propugnan la siempre perversa idea de la disolución del individuo en una comunidad seducida y fanatizada por un líder carismático y/o una ideología de vistoso envoltorio y vacuo contenido.


15 de febrero de 2012

Museo Keats-Shelley. Tras los pasos de los poetas románticos



Fuente: Wikipedia

Paraíso soñado por los artistas de diferentes épocas, Italia se convirtió durante el Romanticismo en un país de visita obligada para las mentes creativas sedientas de belleza e inspiración.

Entre los poetas románticos que en el siglo XIX recalaron en algún punto de la geografía italiana destacan los británicos Lord Byron, Percy Bysshe Shelley (esposo de Mary Shelley, la célebre creadora de Frankestein) y John Keats.

Gravemente enfermo de tuberculosis y siguiendo la prescripción médica de residir en un lugar cálido durante algún tiempo, John Keats llegó a Roma en el año 1820 y se instaló, junto a su amigo John Severn, en un edificio de color rosado del siglo XVII, muy frecuentado por los viajeros británicos de la época y situado en el número 26 de la famosa Plaza de España, justo a la derecha de las escalinatas que conducen a la Iglesia Trinità dei Monti.

Fuente: Wikipedia

John Keats no regresaría jamás a su Inglaterra natal. Murió a los 25 años, meses después de su llegada a la Ciudad Eterna. En alguna ocasión, el hoy célebre poeta – prácticamente un desconocido en vida – manifestó que su obra sólo sería reconocida tras su fallecimiento. No iba errado; la muerte le permitió a Keats acceder al Olimpo de los poetas más laureados de todos los tiempos.

En la construcción del mito mucho tuvo que ver Percy Bysshe Shelley, quien, profundamente conmocionado por la muerte de su amigo, escribió en su honor la elegía Adonais. Un año después, y también en Italia – concretamente en Livorno – Shelley, que estaba a punto de cumplir 30 años, moría ahogado.

Gracias al empeño de un grupo de diplomáticos ingleses y americanos, la última morada de Keats no sólo no fue demolida en 1903, sino que unos años después – en 1909 –, y gracias a un proyecto auspiciado por la Casa Real Británica, la extinta monarquía italiana e, incluso, el presidente de Estados Unidos, abrió sus puertas como un museo destinado a preservar la memoria de los dos malogrados poetas y de otros autores románticos que, en algún momento de sus vidas, residieron en Italia.

Es más que factible que, entre los numerosos encantos ofrecidos por la capital italiana, este pequeño museo, de tan sólo cuatro estancias, pueda pasar desapercibido; sin embargo, su contenido (conformado por numerosos recuerdos de Keats, Shelley y otros poetas, su gran colección de manuscritos, primeras ediciones, pinturas diversas y una regia y atestada biblioteca en permanente crecimiento) no sólo entraña un innegable interés para los especialistas del período romántico, sino para todo buen amante de la literatura. Además, se puede acceder a la casi intacta habitación donde falleciera Keats y observar, a través de la ventana, los que posiblemente fueron sus últimos motivos de inspiración, la escalinata de la Plaza de España y la Fontana della Barcaccia de Bernini.

Finalmente, destacar que el aire decididamente british de este museo incita a la ingesta de un buen té, por lo que se recomienda visitar el cercano Babington’s English Tea Room, un delicioso establecimiento que ofrece una exquisita carta de galletas, muffins, scones y demás dulces que sirven de acompañamiento a una deliciosa taza de té, aunque a un precio, lamentablemente, escandaloso. Quedan avisados.


13 de febrero de 2012

Sherlock. Una revisión ingeniosa



Fuente: BBC

Las aventuras de Sherlock Holmes, el mítico personaje surgido de la pluma del escritor Sir Arthur Conan Doyle en las postrimerías del siglo XIX, han sido objeto de numerosas adaptaciones cinematográficas, televisivas, teatrales e, incluso, radiofónicas.

No obstante, y dado el carácter seriado de las peripecias del carismático detective – presente en cuatro novelas y más de cincuenta relatos breves –, ha sido la pequeña pantalla el medio que ha propiciado el mayor número de producciones basadas en la obra del novelista escocés.

Sherlock – la serie facturada por la cadena británica BBC – bien pudiera ser considerada como la enésima revisión de los intrincados misterios a los que se enfrentaron Holmes y su fiel compañero, el doctor John Watson, por obra y gracia de la imaginación de su creador. Sin embargo, rompiendo con el excesivo celo de fidelidad hacia el original literario y el sumo formalismo del que hacen gala los seriales que la preceden – a los que el paso del tiempo, por cierto, ha otorgado un aire decididamente démodé-, Sherlock apuesta por una revisión ingeniosa de los relatos de Conan Doyle, trasladando a nuestro siglo al sagaz detective, pero sin obviar ninguno de los rasgos más distintivos que han hecho de él uno de los personajes literarios más afamados de todos los tiempos.



Así, el Sherlock Holmes del siglo XXI no ha perdido ni un ápice del ingenio que despliega con sus dotes deductivas – que ahora emplea, valiéndose de la última tecnología, como consultor externo de la policía; ya no luce su característica pipa, pero sí padece por su adicción a la nicotina – que combate con parches antitabaco; utiliza de manera puntual la también característica gorra de doble visera con la que lo inmortalizara Sydney Paget cuando, a finales del siglo XIX, ilustrara las primeras historias de Conan Doyle; mantiene a su enemigo más acérrimo, el desalmado James Moriarty, y a su casera, Mrs. Hudson; no ha olvidado tocar el violín con destreza ni pasarse horas entregado a algún experimento; y, sobre todo, sigue residiendo en el número 221 de Baker Street en compañía de su inseparable John Watson, quien, sin perder su estatus de médico, se ha convertido en un ex combatiente de Afganistán.

Sin embargo, y aun a pesar de la fidelidad hacia los personajes, los seis capítulos que componen la primera y segunda parte de Sherlock son adaptaciones muy libres de los relatos escritos por Conan Doyle, hecho que no ha impedido que esta producción sea calificada como la mejor aproximación realizada hasta la fecha de la obra de aquél. Esta apreciación se debe, sin duda, a las muchas virtudes de esta serie, como su inmejorable pulso narrativo, su cuidada factura, sus dosis justas de misterio y acción, el hallazgo de plasmar el ritmo vertiginoso de los pensamientos de Holmes mediante las palabras que aparecen en pantalla, o, por supuesto, la increíble química entre los dos magníficos actores principales (Martin Freeman y el aparentemente siniestro Benedict Cumberbatch), quienes, gracias a su buen hacer y a un guión más que inteligente, dotan a sus personajes de un gran calado psicológico.

En definitiva, Sherlock es una serie de obligado visionado para todo incondicional del afamado detective literario, aún a pesar de las, a veces, sumamente embrolladas tramas y de algunos – no demasiados - personajes y/o escenas que, con un toque de los films de James Bond, pueden bordear peligrosamente la casi siempre fina línea que separa lo ridículo de lo sublime.

12 de febrero de 2012

Literatura. Una nueva sección


Como ya hiciéramos con las secciones Museos del mundo y Cine, iniciamos un nuevo apartado, el de Literatura, que recoge todas las críticas literarias realizadas hasta la fecha, además de algunas entradas relacionadas con el mundo de los libros y la lectura, como Bookcrossing. Compartiendo libros de papel en la era digital o La lectura. Un hábito temprano.


¡Buena tarde de domingo!



Fuente: John McCullough


10 de febrero de 2012

Charles Dickens. El agitador de conciencias (3)




Muchos son los blogs y webs dedicados a la obra y figura de Charles Dickens; tantos, que sería tarea titánica, por no decir imposible, dar parte de todos ellos. Condicionada por esta premisa, apostamos por la siguiente selección de enlaces, ordenados en estricto orden alfabético:

  • Charles Dickens. Aparentemente sencilla, esta web finlandesa contiene una más que detallada y profusa información. Además, cuenta con la posibilidad de consultar su contenido en inglés.
  • Charles Dickens Page. Web de imprescindible visita no sólo por la información proporcionada, sino por los recursos seleccionados. A destacar su espacio dedicado a los personajes dickesianos.
  • Charles Dickens Museum. El mayor museo dedicado a la obra y figura de Dickens dispone de una completísima web – con vídeo de presentación incluido – donde se puede hallar información sobre sus actividades para celebrar el bicentenario del nacimiento del novelista.
  • Dickens 2012. Posiblemente el mayor recurso para conocer todas las actividades programadas en el Reino Unido en conmemoración del aniversario del nacimiento de Dickens. Además, también cuenta con un apartado dedicado a las múltiples adaptaciones  (en radio, cine, teatro) que se han hecho de la obra del novelista inglés.
  • Dickens Blog. Quizá el blog más completo dedicado a Charles Dickens. Contiene información muy actualizada y de lectura muy amena.
  • Dickens Fellowship. Página de la gran asociación dedicada a la difusión de la obra dickesiana. Es un recurso imprescindible no sólo por la información que proporciona, sino por los numerosos enlaces que contiene.
  • Dickens on the BBC. Espacio del canal público británico dedicado a la las adaptaciones de radio y televisión realizadas a su cargo a lo largo de los años y que hoy constituyen su mejor tributo a la memoria de Dickens.
  • Lecturalia. En nuestra opinión, una de las mejores páginas web en español dedicadas al mundo de la literatura. Su apartado dedicado a Dickens incluye reseñas de todas las obras escritas por el mayor novelista de la era victoriana.
  • The Dickens Page. Aunque su diseño no sea su punto fuerte, esta web japonesa resulta sumamente interesante por contener información tan variada como el árbol genealógico de la familia Dickens, el estudio – libre ya de derechos de autor – que Gilbert Keith Chesterton dedicara a la obra dickesiana o una antología sobre el papel que en ésta ocupa el humor.
  • The Dickens Project. Página de la Universidad de California, que en 1981 concibió un proyecto  cuyo fin es investigar tanto la obra de Dickens como su contextualización en la era victoriana.

8 de febrero de 2012

Charles Dickens. El agitador de conciencias (2)




Los biógrafos de Charles Dickens coinciden en apuntar que el novelista inglés fue un trabajador incansable al que movía una energía arrolladora, la que le impelió a escribir su prolífica obra literaria –  que comprende no sólo las novelas que inmortalizaron su nombre, sino también piezas teatrales y libros de viajes – y a involucrarse en numerosísimas actividades.

Conviene destacar, entre esas actividades, la organización de producciones teatrales – de hecho, el propio Dickens había acariciado en su día la idea de convertirse en actor; la difusión, a través de diferentes semanarios, de autores no conocidos; su participación en la administración de diversas sociedades caritativas; la creación de un periódico de vida efímera; y, sobre todo, su presencia en numerosos seminarios, en los cuales, con un público totalmente rendido a sus pies, solía escenificar sus propias obras adoptando diferentes voces para recrear a los personajes que poblaban las páginas de sus libros.

Esas ponencias y sus ansias por conocer mundo propiciaron que Dickens se embarcara en varios viajes que lo llevaron al otro lado del Atlántico - a Estados Unidos, país al que acudió no sólo para participar en esos seminarios, sino también para iniciar su personal cruzada en pos de la defensa de los derechos de autor – y por Europa, especialmente Francia, donde pudo conocer a escritores como Alejandro Dumas y Julio Verne.

La obra de Charles Dickens, como la de tantos otros escritores consagrados, no ha estado exenta, ni en el momento en que fue editada ni ahora, de las críticas más diversas. De hecho, sus detractores le han reprochado no pocas veces su tendencia hacia el maniqueísmo, el uso casi constante de la redención ejemplarizante - fruto de una fe religiosa que se mantuvo inquebrantable hasta el fin de sus días –, o la falta de continuidad narrativa de la que adolecen sus primeras obras – consecuencia lógica de la edición por entregas, que, a veces y dependiendo de la reacción de sus lectores, obligaba al autor de David Copperfield a variar el curso de la historia que en ese momento estuviera escribiendo.

Además, su escasa preparación académica, que Dickens suplió a base de grandes dosis de autodidactismo y de voracidad lectora, fue óbice para que otros escritores arremetieran contra su obra. Sin embargo, quizá fueran Henry James – que tachó de grotescos y estereotipados los personajes dickesianos- y Oscar Wilde - a quien el sentimentalismo de la obra de Dickens le resultó siempre excesivo - los autores que han vertido las críticas más afiladas al trabajo del autor de Oliver Twist.

Lo que hoy nadie puede negar, sin embargo, es que Dickens posiblemente sea el mejor cronista de su tiempo. Un escritor virtuoso cuya pluma supo retratar con maestría Londres y sus gentes, especialmente las clases más desfavorecidas de la sociedad.

Para ese retrato de la época que le tocó vivir, Dickens se valió de la ironía y el humor; sin embargo, el dramatismo fue su arma más eficaz para alzar su voz contra las injusticias de su tiempo, convirtiéndose en un crítico feroz y en un auténtico agitador de conciencias, por lo que hoy, quizá más que nunca, sea un buen momento para releer sus libros y participar, de una u otra forma, en los fastos que conmemoran su nacimiento.

6 de febrero de 2012

Charles Dickens. El agitador de conciencias (1)




Mañana, 7 de febrero, se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Dickens, uno de los escritores más aclamados de la literatura universal y, posiblemente, el autor más representativo de la novela victoriana.

Profeta en su tierra, nadie reconoce más la figura y obra de Dickens que los propios británicos, por lo que no es de extrañar que el Reino Unido, con motivo de la celebración de esta efeméride tan importante, se convierta estos días en un escenario privilegiado de la programación de múltiples actividades y eventos, concebidos con todo el boato y la pompa de los que suelen hacer gala los anglosajones.

Contrariamente a lo que suele acontecer con otros novelistas consagrados por la Historia – especialmente por estos lares-, Dickens fue en vida un escritor de enorme fama que ya con su primera obra (Los papeles póstumos del Club Pickwick) pudo saborear las mieles de un éxito que habría de acompañarle hasta el fin de sus días.

Ese reconocimiento se debe no solamente a su prodigiosa pluma, sino a la expectación que comportaba el hecho de que sus historias fuesen editadas por entregas, una práctica común en la época que también siguieron otros autores como Henry James y que a Dickens le permitió llegar con éxito a los lectores del otro lado del Atlántico (aún a pesar de que sus duras críticas hacia un tema como la esclavitud, entonces tan espinoso, no sentaron nada bien a la opinión pública estadounidense). De hecho, el autor de Oliver Twist alcanzó tal cota de popularidad en Estados Unidos que sus obras se vieron sujetas a numerosas ediciones piratas, razón por la cual Dickens se convirtió en una de las primeras voces en reclamar una legislación que protegiera los derechos de autor.

Lógicamente, esa inmensa celebridad le reportó al escritor inglés no pocos dividendos, lo que se tradujo en una holgada situación económica; una prosperidad que lo sustrajo de una vida marcada por la miseria y una infancia truncada, cuyo recuerdo, no obstante, permaneció indeleble en su memoria, convirtiéndose en una fuente de inspiración constante para su producción literaria.

De hecho, Dickens, que pasó parte de su infancia malviviendo en uno de los suburbios más paupérrimos de Londres (la hoy turística zona de Camden Town), creció rodeado de estrecheces económicas; sin embargo, fue el encarcelamiento de su padre por el impago de numerosas deudas lo que marcó definitivamente la vida del futuro escritor, ya que, mientras – acuciada por la más extrema pobreza – su familia se vio forzada a vivir en la celda donde la justicia había confinado a su progenitor (una práctica habitual contemplada por la legislación de la época), el joven Charles, con tan sólo doce años, tuvo que hacerse cargo de su sustento y el de los suyos trabajando más de diez horas seguidas en una fábrica de betún para zapatos.

Muy posiblemente, de no haber mediado una ayuda providencial (la herencia dejada por la abuela paterna), el talento de Dickens se habría malogrado con la vida de esclavitud impuesta por la factoría de betunes, a la que, no obstante, regresó a través de sus obras para convertirse en uno de los críticos más feroces de las injusticias sociales.

Semana Dickens




Las novelas de Charles Dickens han ocupado un lugar privilegiado en la infancia de muchos lectores. De hecho, las narraciones del novelista inglés, llenas de dolor pero, sobre todo, de ternura, han permanecido indelebles en la memoria de muchos de nosotros, que ahora, ya adultos, retornamos a nuestras primeras lecturas dickesianas para hallar algo que entonces, a una corta edad, nos pasaba desapercibido, su carácter profundamente social.

Por todo ello, y coincidiendo que mañana se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Dickens, aprovechamos las entradas de esta semana para rendirle nuestro personal tributo.


3 de febrero de 2012

La última emperatriz. Retrato de las postrimerías de la China Imperial




Durante décadas, la emperatriz Orquídea (también conocida como Yehonala o Tzu Hsi) ha sido representada por la historiografía occidental como una mujer ávida de poder que no dudó ni un momento en deshacerse de todos aquéllos – incluidos sus propios hijos – que pusieron en peligro su papel como dirigente de uno de los imperios más vastos del mundo.

Su leyenda negra bebe no poco de las crónicas que los reporteros extranjeros elaboraron, de manera consciente o no, al servicio de los intereses económicos perseguidos por los países a los que representaban (Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña, Japón o Rusia), lo que dio pie a un retrato deformado de la mujer que, confinada la mayor parte de su vida en la Ciudad Prohibida, marcó el curso de la historia de su país.

Al rescate de su memoria acudió la escritora Anchee Min hace unos años cuando publicó su novela La ciudad prohibida, cuyo éxito propició la aparición, unos años más tarde, de la presente obra, centrada en las postrimerías de la era imperial tras casi dos mil años de historia ininterrumpida.

Así, en La última emperatriz, Min retoma la narración de la concubina que ascendió a las más altas cotas de poder gracias al alumbramiento del único hijo varón de Xianfeng, el emperador al que sucedió en calidad de emperatriz regente durante casi cincuenta años (1861-1908).

Como revelara en su anterior obra, Anchee Min sigue haciendo alarde en ésta de su condición de narradora eficaz y conocedora de su país en uno de los momentos más apasionantes de su historia, repleto de rebeliones internas, revueltas, corruptelas cortesanas, desastres naturales y la presión creciente de los países occidentales por penetrar en territorio chino.

Además, en su acercamiento a la última emperatriz de la dinastía Quing, cuyas desgracias impregnaron su existencia con tintes de tragedia griega, Anchee Min sigue optando por un relato en primera persona, lo que propicia un mayor acercamiento entre el lector y la mujer que asistió al desmoronamiento de toda una época.

Sin embargo, y si bien esta apuesta por una falsa autobiografía resulta idónea para dar parte de los momentos más dolorosos a los que la emperatriz hubo de hacer frente (muertes, traiciones, exilio, rechazo del amor en aras del deber o las duras críticas provenientes del exterior – que Min sabiamente extrae de los periódicos de la época), este posicionamiento subjetivo bordea peligrosamente la hagiografía, aunque no le resta un ápice de interés a un relato que se lee con fruición y casi sin pausas, aun a pesar de superar las cuatrocientas páginas.

La última emperatriz, en definitiva, es una magnífica oportunidad para bucear por la historia del gran gigante asiático en uno de sus períodos más apasionantes y turbulentos y una muestra del buen hacer de una escritora con una sólida carrera y un más que brillante futuro; una narradora que, testigo presencial de la Revolución Cultural China, está empecinada en revisar la historia de un país como el suyo, tan fascinante y desconocido la mayor parte de las veces.

1 de febrero de 2012

El imponente mausoleo de Mustafa Kemal Atatürk




Hombre de luces y sombras, Mustafa Kemal Atatürk, el artífice de la moderna Turquía, sigue siendo, a pesar de su fallecimiento hace más de setenta años, la figura más reverenciada de su país. De hecho, no hay ciudad turca donde no se haya erigido, al menos, una estatua en su honor, ni organismo o dependencia oficial en cuyas paredes no penda un retrato de este prócer de la patria.

Sin embargo, el mayor monumento dedicado a la obra y gloria del primer presidente de la República de Turquía es su mausoleo, concebido tan sólo cuatro años después de su muerte y finalizado en 1953, tras haber partido del diseño original de los arquitectos Emin Onat y Orhan Arda.

El emplazamiento escogido para erigir este enorme conjunto arquitectónico fue la colina de Maltepe, lugar visible desde todos los puntos de la ciudad de Ankara y al que los visitantes acceden tras recorrer la bella Alameda de los Leones, una avenida de 200 metros flanqueada por estatuas, que da acceso a una gran plaza, desde la cual se ofrecen unas magníficas vistas de la ciudad y donde no sólo se alza orgulloso este monumento funerario – considerado una obra maestra de la arquitectura turca de los años 40 y 50 del pasado siglo – , sino también varios edificios adyacentes, convertidos en auténticos museos de visita ineludible si se desea conocer un poco más sobre la obra del general que osó remover los cimientos de su país.

De hecho, el interior de esos edificios ofrece al visitante la oportunidad de contemplar la colección de vehículos de época y la gran biblioteca de Kemal Atatürk, al que no pocos historiadores consideran el mayor reformador de la historia, tras acometer las ambiciosas reformas que, en un corto período de tiempo, transformaron por completo a Turquía.


Entre esas reformas, de las que se da parte gracias a la numerosa documentación y material gráfico dispuestos de manera expositiva, destacan el cierre de escuelas donde se impartía teología islámica, la sustitución de la sharia – la ley islámica- por unos códigos civil, penal y mercantil fuertemente influenciados por los de algunos países europeos (Suiza, Alemania e Italia), la creación de escuelas y facultades dedicadas a las Bellas Artes (que pusieron en cuestionamiento la obligatoriedad de no representar la figura humana), la adopción de vestimenta occidental, masculina y femenina, en detrimento de la tradicional del país, el cambio de calendario y del alfabeto (lo que obligó el regreso a las aulas de miles de ciudadanos), la prohibición de la poligamia y el divorcio por repudio o las medidas encaminadas a alentar la integración de la mujer en el mercado laboral y su participación en la vida política.

Imponente, solemne y sobrio, el mausoleo del General Atatürk no sólo es una visita más que recomendable por su belleza arquitectónica, sino por ofrecer abundante material histórico de una de las etapas más apasionantes de un país cuya europeidad se ha puesto – y se sigue poniendo – en cuestionamiento por los países más próximos de su entorno; y es que, posiblemente, la Turquía surgida tras el desmoronamiento del antiguo Imperio Otomano aún diste del ideal perseguido por Mustafa Kemal Atatürk, quien, a pesar de la oposición de no pocos detractores, optó por la occidentalización y laicalización como única vía para lograr la modernización de su país.

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