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Cubierta del cómic. Fuente: http://modernadepueblo.com/ |
Sumamente utilizado hace unos años, el término gafapasta sirve para denominar a los miembros de un grupo social con fuertes señas identitarias, su pasión por expresiones artísticas y culturales minoritarias –y, por ende, su desprecio absoluto hacia la cultura de masas presidida por la televisión basura- y un atuendo en el que las grandes gafas con montura de pasta –preferiblemente de color negro y de la marca RayBan- se constituyen como su mayor rasgo distintivo.
El inexorable paso del tiempo ha impelido que el término haya empezado a caer en un cierto desuso, cediendo el paso al más anglosajón de hípster cultural, aunque ambas palabras engloben a una misma comunidad que, con cariño, desprecio e, incluso, envidia muchos han tachado de culturetas.
Con un look en permanente evolución, que sigue privilegiando el uso de las lentes de grandes dimensiones y que, en los últimos tiempos, incluye un vestuario vintage aparentemente descuidado –holgadas camisetas unisex, pantalones estrechos y calzado cómodo-, los miembros de la comunidad hípster se caracterizan, además, por ser unos apasionados de los dispositivos móviles de última generación y, en algunos casos, por su absoluta dependencia de las redes sociales.
Jugando con los términos cool y cultureta, Moderna del Pueblo –nombre tras el que se esconde Raquel Córcoles-, publicó hace dos años Cooltureta, una novela gráfica que narra las vicisitudes de un hípster en ciernes tras mudarse al barrio de sus sueños, un área en la que puede, sin necesidad de recorrer media ciudad, disfrutar de la oferta cultural más interesante y, además, conocer a gente con gustos, en un principio, afines a los suyos.
Narrada de manera lineal, aunque con algunas digresiones –vía sueños y ensueños del protagonista-, Cooltureta resulta más entrañable que incisiva en su aproximación a los miembros de una tribu social –si es que puede denominarse así a un grupo tan heterogéneo en gustos culturales como homogéneo en su atuendo- en constante evolución. De hecho, el protagonista, aun narcisista en muchos momentos y demasiado dado a fantasear con los más manidos clichés, puede llegar a despertar simpatía entre los lectores, especialmente aquéllos con los que comparta gustos afines.
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Cubierta del cómic. Fuente: http://modernadepueblo.com/ |
Todo ello no impide que la autora lance, de manera consciente, algunos dardos envenenados vía escenas perfectamente ejecutadas –tanto desde el punto narrativo como el visual-, en las que ataca el esnobismo y la pretenciosidad de algunos autodenominados artistas que, con escasos o nulos conocimientos pero dotados de enorme soberbia, no dudan en tachar de ignorantes a todos aquellos que no caigan rendidos ante sus más que cuestionables obras artísticas.
Divertida en su desarrollo y exposición, salpicada con bromas y guiños que los culturetas sabrán identificar fácilmente –baste citar la propia portada en la que se alude a la cuestionable diferencia entre cómic y novela gráfica o la excelente escena que remite a uno de los pasajes más aplaudidos de Ciudadano Kane-, Cooltureta resulta, sin embargo, previsible en su tramo final, con un mensaje sumamente manido y ciertamente cuestionable. A pesar de ello, su lectura no desagradará a los lectores habituales de novela gráfica, especialmente aquellos que se identifican con la comunidad social a la que quiere pertenecer el protagonista de la historia.