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Portada: editorial Sins Entido |
El 21 de abril de 1831 tuvo lugar en Bremen la última ejecución pública de la historia de aquella ciudad alemana. La condenada a muerte, Gesche Gottfried, había sido apresada tres años antes, en marzo de 1828, para gran sorpresa de su entorno más inmediato, que hasta entonces la había considerado como una de esas almas caritativas a las que la fortuna parece negarles cualquier atisbo de felicidad.
Viuda en dos ocasiones, Gottfried había tenido que asistir, de hecho, a la muerte de sus tres hijos, todos de corta edad. Sin embargo, lejos de ser el espíritu bondadoso, solícito y generoso con el que sus allegados creían que tenían relación, Gesche Gottfried era, en realidad, una asesina en serie, metódica y fría, que, por espacio de más de una década, asesinó a quince personas –incluyendo a sus cónyuges, hijos y padres- y dejó en un maltrecho estado de salud a un número de personas difícil de precisar.
El modus operandi de la que llegó a ser bautizada como el ángel de la muerte o el ángel caído de Bremen, fue siempre el mismo, la administración de raticida, en menor o mayor cantidad, en la comida que servía a sus supuestamente seres más queridos y cercanos.
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Gesche Gottfried. Autor: Rudolf Friedrich Suhrlandt Fuente: Wikipedia |
Como es lógico, el descubrimiento de los asesinatos suscitó un gran revuelo entre sus conciudadanos y, gracias en parte al largo proceso judicial llevado a cabo, trascendió fronteras y hasta el propio paso del tiempo, pues, aún hoy, los ciudadanos de Bremen tienen la costumbre de escupir sobre la placa negra que recuerda el lugar en el que Gottfried fuera ejecutada.
Partiendo de un argumento que bebe directamente de aquellos hechos históricos, el escritor alemán Peer Meter, oriundo, por cierto, de Bremen, ha incursionado de nuevo en un medio que no le es en absoluto ajeno, el cómic. Para esta nueva andadura, publicada bajo el título de Veneno, ha contado con una profesional de larga trayectoria, la dibujante e ilustradora Barbara Yelin.
A pesar, sin embargo, del indudable interés de la historia narrada, Veneno resulta, en su desarrollo, una obra sumamente irregular. En ello incide no poco el propio punto de partida del relato, una joven escritora inglesa llega a Bremen pocos días antes del ajusticiamiento de Gottfried y, a pesar de ser joven, mujer y extranjera –no olvidemos que esta novela gráfica pretende retrotraernos a la primera mitad del siglo XIX-, consigue ser objeto de todo tipo de confidencias sobre la acusada y forjarse una opinión que nada tiene que ver con el sentir de la sociedad en la que Gottfried parecía encajar perfectamente hasta que fueran descubiertos sus crímenes.
El desarrollo de Veneno está lastrado, además, por ese tono moralizante, demagógico incluso, que exhalan muchas historias escritas al servicio de una teoría politizada que, en este caso –al partir de aquella idea, un tanto demodé, que resta a todo individuo de voluntad para otorgársela a una sociedad que se revela compacta y sin fisuras en sus supuestos peores defectos-, no propicia, en absoluto, un ahondamiento en la propia psicología de un personaje tan complejo como sin duda fue Gottfried, quien queda reducida a un mero títere, víctima de su estado mental y de la hipocresía e incomprensión de sus conciudadanos.
Afortunadamente, sin embargo, Veneno cuenta con el excelso savoir faire de una artista como Barbara Yelin, capaz de facturar viñetas de una exquisitez insuperable, brindando escenas de gran expresividad, todas ellas en una amplia tonalidad de grises gracias al empleo del carboncillo, lo que confiere a muchas de las viñetas un aspecto de cuidado boceto, sin que ello vaya en absoluto en menoscabo del excelente trabajo de su autora. De hecho, es precisamente ese magnífico trabajo de Yelin, ya constatable en la impresionante portada del libro, el que justifica la lectura de una obra lineal y previsible y repleta, además, de escenas absolutamente inverosímiles.