Folleto de la obra
Hace cuarenta años se estrenaba en Madrid la adaptación teatral de Cinco horas con Mario, obra cumbre del escritor español Miguel Delibes, quien interviniera, por cierto, en esa traslación a escena que resultó ser un hito en la historia del teatro español.
Siempre dirigida por Josefina Molina e interpretada por Lola Herrera, quien, en aquel entonces, 1979, tenía una edad similar a la del personaje que encarnaba, Carmen Sotillo, Cinco horas con Mario fue representándose, con algunos periodos de pausa, por todo el territorio español hasta el año 2005.
En 2018, tras trece años de pausa, Cinco horas con Mario iniciaba una nueva gira por España y, como antaño, el mismo equipo, incluida la producción, se hacían cargo de la exitosa adaptación. En su paso por diferentes ciudades españolas, Cinco horas con Mario recaló finalmente en la Ciudad Condal hace escasas semanas y se mantuvo en escena en el Teatre Goya hasta el pasado 20 de octubre.
Ambientada en la España de 1966, en plena era franquista, Cinco horas con Mario narra la historia de Carmen Sotillo, una mujer de mediana edad que acaba de quedarse viuda de forma sorpresiva. Tras un intenso día de duelo acompañada por familiares y amigos –que en esta adaptación teatral se resuelve brillantemente mediante el uso de voces en off–, Carmen se queda sola en su casa para velar, lo que resta de la noche, a su difunto esposo.
El monólogo de Carmen a lo largo de esas horas de vigilia va desgranando los mil y un pesares de los que se cree víctima y, a su vez, la retrata de una forma opuesta a lo que pretende, pues, en sus reproches hacia el difunto, Carmen no sólo se muestra esclava de sus frustradas ansias pequeñoburguesas, sino de su desamor hacia un marido del que muy probablemente nunca estuviera enamorada, su ruin sentimiento de envidia hacia los que alcanzaron lo que ella nunca logró, sus innumerables frustraciones, especialmente sexuales, y, sobre todo, un pesado sentimiento de culpa del que pretende zafarse mediante confesión.
En esa sentida letanía de lamentos, la figura de Mario emerge como un idealista mal adaptado a esa España de provincias con la que Delibes siempre fuera tan crítico, pero también como un inconformista de sólidas convicciones que, sin embargo, nunca fue capaz de sustraerse de las ataduras de su época y clase social y que, al igual que Carmen, quedó atrapado en la infelicidad de un matrimonio sin amor.
Dirigida sin ampulosidades y con un diseño austero –reducido a un atrezo compuesto por una mesa escritorio, tres sillas, un sillón y el ataúd que preside el escenario– y en el que priman los colores oscuros, como el propio vestuario de la única protagonista, y una luz suave, modulada según los pasajes del relato, Cinco horas con Mario cuenta con una baza inigualable, Lola Herrera, una actriz absolutamente excelsa, capaz de brindar con sus 84 años, que se dice pronto, una interpretación sencillamente magistral, desprovista de artificios y de sobreactuación y sí rebosante de una naturalidad que, paradójicamente, roza lo sobrenatural, con momentos en los que resulta difícil discernir entre realidad y ficción, como cuando Herrera se muestra acatarrada, no se sabe si ciñéndose al libreto o bien integrando a su actuación un malestar físico que incluye una pertinaz tos en algunos momentos de la obra.
Excelente adaptación de una obra excepcional de las letras españolas, Cinco horas con Mario es una delicatessen para cualquier amante de las artes escénicas, por lo que no podemos dejar de recomendarla. Su próxima parada será el 23 de noviembre en el Teatre-Auditori de Sant Cugat.
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