Encabezando desde hace semanas las listas de libros de ficción más vendidos, Victus. Barcelona 1714, la última novela del escritor catalán Albert Sánchez Piñol, está generando en la red no pocos debates entre los lectores a los que ha enamorado su historia y los que la han tachado de oportunista y manifiestamente provocadora. Ese debate entre detractores y admiradores no ha tenido, curiosamente, un eco similar en los medios más tradicionales. De hecho, Victus está siendo objeto, sobre todo en prensa escrita, de las más elogiosas críticas y su estilo, personajes y estructura narrativa han llegado a ser comparados con los de algunas obras inmortales de la literatura universal de los siglos XVIII y XIX.
Lamentablemente, y más allá de su considerable extensión –más de 600 páginas-, Victus no guarda demasiado parecido con obras como Guerra y Paz o Los Miserables, aunque Sánchez Piñol –antropólogo reconvertido en escritor, excelente escritor- comparta con autores como Tolstoi o Hugo una auténtica vocación de entregado investigador histórico que le impele a bucear por el pasado para rescatar hechos y personajes injustamente olvidados o recordados de manera sesgada y/o bajo una óptica errónea.
No obstante, y si bien resulta obvio que el escritor catalán se entregó a un intenso, arduo y prolongado proceso de documentación e investigación, como Historia no hay más que una pero sus interpretaciones pueden ser múltiples, variadas y, cómo no, antagónicas, el empeño de Sánchez Piñol por recordar uno de los episodios más tristes de la historia catalana ha avivado no poco los ánimos entre los lectores que han visto en Victus una clara intencionalidad política, amén de un mal disimulado maniqueísmo.
Más allá de esa posible intencionalidad política -¿qué novela histórica, por otra parte, está exenta, de manera consciente o inconsciente, de un cierto posicionamiento político?-, Sánchez Piñol sabe articular y dosificar muy bien el ingente volumen de información recabada para transportar al lector a la Barcelona de principios del siglo XVIII y conducirlo lenta pero inexorablemente, y a través de vívidas y logradísimas escenas, tanto bélicas como cotidianas, a aquel 11 de septiembre de 1714 en el que la tropas borbónicas masacraron la Ciudad Condal.
Tristemente, el buen ritmo narrativo de Sánchez Piñol en esta suerte de crónica histórica relatada en primera persona se ve muy empañado por la presencia de unos personajes –reales y ficticios- muy poco creíbles, con motivaciones y anhelos mucho más propios de la mentalidad de este siglo que de la de hace tres centurias. A ello habría que añadir, además, que, si bien las primeras páginas de Victus parecen presagiar una revisión de la siempre interesante novela picaresca española de los siglos XVI y XVII, esa impresión, auténtico espejismo, hace aguas por un uso del lenguaje totalmente contemporáneo, ajeno por completo, por ejemplo, al riquísimo vocabulario empleado por Arturo Pérez Reverte en su saga del Capitán Alatriste.
En definitiva, Victus es una obra más que interesante para ahondar en la Historia –lo cual nunca está de más-, pero queda sumamente lejos de la obra anterior del escritor catalán, especialmente de la genial y envolvente La pell freda – La piel fría, en su traducción al castellano-, una de las mejores novelas catalanas de los últimos tiempos y un anticipo de la gran obra que Sánchez Piñol tiene todavía pendiente de escribir y que, sin duda, no es la presente Victus. Barcelona 1714.