28 de junio de 2012

El Palacio de Hellbrunn. La fabulosa obra de un espíritu bromista



Autor: Nicholas Even
Fuente: Wikipedia

Al norte de los Alpes y a los pies del monte Hellbrunn, en una bucólica zona rodeada por numerosos manantiales, se halla enclavado el palacio de idéntico nombre, obra del príncipe-arzobispo Markus Sittkus von Homenens y uno de los mayores reclamos turísticos de la bellísima ciudad de Salzburgo.

Construido entre los años 1613 y 1619, curiosamente este palacio no cuenta con dormitorio alguno, ya que el príncipe-arzobispo siempre pernoctó en el centro de Salzburgo y la residencia, con sus suntuosas estancias, tenía como único cometido ser el escenario donde, siempre de día, se celebraban numerosas audiencias, reuniones o fiestas.

Muy posiblemente el palacio no sería hoy tan apreciado desde el punto de vista artístico si Markus Sittkus, amante del arte y la cultura italiana, no hubiera encargado su construcción a Santino Solarila, el arquitecto suizo que introdujo el barroco italiano en Austria y a quien se debe el diseño del interior de la cúpula de la catedral de Salzburgo.

Sin embargo, y aunque el palacio es una joya en sí mismo, quizá el mayor atractivo de la obra del príncipe-arzobispo lo constituya el parque que lo rodea - salpicado de cuidadísimos jardines, numerosas fuentes, idílicos estanques y riachuelos y grutas misteriosas-, escenario privilegiado donde tienen lugar los llamados juegos de agua ideados por el propio Markus Sittkus.

Y es que, en un tiempo en el que el derroche de agua era un símbolo inequívoco de ostentación, el príncipe-arzobispo austríaco aprovechó el escenario natural donde proyectó la construcción de su palacio para dar rienda suelta a su espíritu malicioso y bromista, ideando mil y un mecanismos para rociar con tan preciado líquido a los invitados a los que previamente agasajaba con un banquete suculento y/o una recepción digna del mayor boato y etiqueta.

Hoy, cuatrocientos años después de la erección del complejo arquitectónico, sus visitantes parecen seguir estando tan desprevenidos como antaño lo estuvieron sus predecesores y prácticamente nadie se salva- y quien suscribe estas líneas puede dar fe de ello – de quedar empapado con el agua proveniente de múltiples surtidores ocultos en los lugares más insospechados, ya sea de las numerosas estatuas distribuidas por todo el parque o de las diversas figuras talladas en madera que, movidas por un mecanismo hidráulico, pueden hallarse en las diversas grutas a las que el visitante tiene acceso.

Otro de los atractivos de este conjunto arquitectónico renacentista lo constituye el Castillo de los Meses, denominado así por la brevedad en su construcción y que hoy día alberga al Museo de Cultura Popular, perteneciente al Museo Carolino Augusteum de Salzburgo.

En definitiva, el Palacio de Hellbrunn es un lugar de visita imprescindible no sólo por su belleza arquitectónica y sus divertidísimos juegos de agua, sino por un paisaje y unas vistas tan ensoñadores que quedaron para siempre inmortalizados por el Séptimo Arte cuando el cineasta norteamericano Ray Wise los escogió – juntamente con alguna de las preciosas salas del palacio- para ambientar varias escenas de uno de los films musicales más famosos de todos los tiempos, Sonrisas y lágrimas.


26 de junio de 2012

Emili Teixidor. Un reconocimiento imperdonablemente tardío


Fuente y autor: Pòrtic


Las letras catalanas perdían el pasado 19 de junio a uno de sus más representativos exponentes, Emili Teixidor, el escritor de toda una generación de lectores – entre quienes nos incluimos – que crecieron sumergidos en las páginas de sus libros y que hoy no pueden dejar de sentirse un tanto huérfanos.

Férreo defensor de las Humanidades – a las que concedía un papel determinante para cualquier ejercicio de reflexión-, el propio Teixidor fue un auténtico espíritu humanista que, cuando los medios económicos se lo permitieron, cursó estudios de derecho, filosofía, letras, periodismo y magisterio.

Esa formación académica habría de servirle para ejercer como periodista – escribió para numerosos periódicos catalanes e, incluso, para una revista francesa durante su estancia en París – y como docente, fundando en 1958 la Escuela Patmos de Barcelona, de la que fue director hasta 1975 y donde se instaló su capilla ardiente la pasada semana. Sin embargo, polifacético y trabajador incansable, Teixidor también se desempeñó como guionista de radio, cine y televisión y llegó a adaptar dos obras teatrales, aunque es, sin duda, su labor como prosista, a la que dedicó media vida desde que en los años 60 se iniciara como escritor, el campo donde más prolífico ha sido.

Buena parte de la obra de Teixidor ha estado centrada en la novela infantil y juvenil, género prácticamente inexistente hace unas décadas en las letras catalanas. Un vacío literario que el autor catalán achacaba a las duras condiciones impuestas por la Guerra Civil y su posguerra, que obligaron a abandonar los estudios a miles de niños que hubieron de empezar a trabajar a una edad absurdamente temprana. De hecho y en más de una ocasión, medio broma, medio en serio, Teixidor apuntó sentirse más afortunado que su viejo amigo, el gran poeta catalán Miquel Martí i Pol, por haber conseguido estudiar hasta los diez años.

Sin embargo, y a pesar de que su dedicación al género infantil y juvenil le reportó no pocos premios, fue en el año 2003 cuando su labor como escritor logró un reconocimiento enorme y, en opinión de muchos de sus lectores, sumamente tardío. En ese año escribiría su obra más famosa, Pa Negre, una novela con claros tintes autobiográficos y que, escrita para un público adulto, se enmarcaba, como es habitual en gran parte de la obra del autor catalán, en la dura posguerra, alejándose por completo de maniqueísmos y posturas panfletarias.

Esta penúltima - o antepenúltima obra de Teixidor, si atendemos al hecho de que su novela póstuma se hallaba, en palabras de su editora, muy avanzada -  fue merecedora de diversos galardones – entre ellos, el prestigioso Premi Crexells – y llevada al cine por Agustí Villaronga en un film que recibió los parabienes entusiastas de público y crítica y arrasó en la edición de los Goya de 2011.

La labor de Teixidor en pro de la literatura, sin embargo,  no sólo se centró en su trabajo como escritor, sino que en los últimos años se había implicado en diversas campañas para fomentar el hábito lector a una edad temprana. De hecho, tan sólo un día antes de su fallecimiento La Vanguardia publicaba un artículo donde el escritor catalán apuntaba, entre otras cosas, la necesidad de dedicar a la lectura media hora diaria. Sin duda, una recomendación acertada como pocas.


21 de junio de 2012

¿Y si vivimos todos juntos?. El difícil equilibrio entre el drama y la comedia




No es frecuente que el cine facturado en Occidente verse sobre temas como la muerte y la vejez. No obstante, en los últimos meses y semanas los espectadores de las salas españolas han asistido a los estrenos de films tan interesantes como Profesor Lazhar o Arrugas (basada en la obra homónima de Paco Roca) que abordan con pocos reparos y menos complejos el significado de esas dos palabras que a todos nos recuerdan la fragilidad y brevedad de nuestra propia existencia.

La producción franco alemana ¿Y si vivimos todos juntos?, obra del guionista y director galo Stéphane Robelin, trata el tema de la vejez a través de las experiencias de un quinteto de protagonistas, dos matrimonios y un viudo que, entrados ya en los setenta y unidos por una sólida amistad que se remonta a tiempos inmemoriales, se sienten lo suficientemente atenazados por el paso irremisible del tiempo y sus consecuencias – enfermedades, achaques, limitaciones físicas y también mentales, la ausencia creciente de seres queridos… – como para emprender una vida en común y retomar así el ideario de su juventud, enmarcada en aquellos combativos años 60 en los que la vida en comunidad, lejos de parecer una utopía inalcanzable o un sinsentido estúpido –esto ya va en función de ideologías – parecía imponerse como la opción más acertada.


No cabe duda de que precisamente ese reparto coral – compuesto por pesos pesados del cine galo y por una magnífica Jane Fonda, expresiva a pesar de su más que evidente retoque facial –  constituye el mayor acierto de ¿Y si vivimos todos juntos?. De hecho, cuesta imaginar una mejor troupe para encarnar a esos ancianos nostálgicos de una juventud plagada de unas consignas políticas que se han disuelto prácticamente por completo con el devenir de los años y una vida asentada en cómodas, grandes e idílicas casas con plácidos jardines y envidiables estancias atestadas de libros, donde, al amparo de una comida que se adivina deliciosa y siempre regada por un buen vino, se departe sobre aquellos sesudos temas que antaño les impelieron a tomar las calles.

¿Y si vivimos todos juntos?, sin embargo, dista de ser un film pretencioso gracias, sobre todo, al empeño de Robelin por situarse a medio camino entre la comedia más desenfadada – trufada de momentos absolutamente desternillantes – y el drama de lágrima fácil.

No obstante, es precisamente en ese tránsito de géneros donde más flaquea el film del cineasta francés, lo que hace que ¿Y si vivimos todos juntos? se articule sobre un ritmo que a ratos resulta precario, aunque se consigan momentos brillantes, especialmente los protagonizados por Pierre Richard, que logran hallar el punto cómico a las situaciones más trágicas.

¿Y si vivimos todos juntos? es, en definitiva, un film que hace pasar un rato más que agradable a quien lo visiona - haciendo aflorar una sonrisa sempiterna durante todo el metraje y provocando más de una carcajada y alguna que otra sentida lágrima- y se constituye como una apuesta valiente sobre un tema, la vejez, no grato para la mayor parte del público, quizá porque, como apunta el personaje de Jane Fonda, nadie está preparado, por muchos seguros que se suscriban, para sus últimos años de vida.


19 de junio de 2012

Scott Schuman. Fotógrafo callejero





Decidido a cuidar a tiempo completo a su hija de corta edad, el fotógrafo norteamericano Scott Schuman abandonaba en el año 2005 una carrera profesional volcada totalmente en el mundo de la moda y la alta costura.

Fotógrafo impenitente, Shuman no pudo evitar, sin embargo, sumergirse durante ese período sabático en las bulliciosas calles de la ciudad donde residía, Nueva York, para, cámara en ristre, inmortalizar a aquellas personas que, por un motivo u otro, captaban su atención. Esas primeras imágenes empezaron a dotar de contenido un proyecto concebido más como un hobby que como una salida profesional. Nacía así The Sartolialist, uno de los blogs más visitados del mundo – con nada menos que 14 millones de visitas el pasado año – y una de las páginas más influyentes del mundo del diseño y de la moda, según apreciación de la siempre prestigiosa revista Time.

De hecho, The Sartolialist no sólo le ha reportado a Schuman prestigio y reconocimiento internacional, sino que le proporciona no pocos y suculentos beneficios económicos, por lo que su dedicación hacia el blog es ahora completa y su búsqueda de nuevas imágenes que ayuden a conciliar la moda de las pasarelas con la de la vida cotidiana le ha impelido a recorrer miles de kilómetros a lo largo de todos estos años.

Esos desplazamientos le han llevado a grandes urbes como Londres, París o Milán, donde, al igual que ya hiciera en la ciudad de los rascacielos, ha inmortalizado con su cámara a decenas de personas anónimas a las que previamente siempre solicita su autorización. No obstante, y como buen creativo, Schuman ha declarado en más de una ocasión su intención de ampliar horizontes y desplazarse a lugares para él más lejanos – geográfica y culturalmente – como Marruecos o India, lo que sin duda habrá de enriquecer el contenido de su blog. Un contenido que algunos museos tan emblemáticos como el Victoria & Albert Museum o el Tokyo Metropolitan Museum of Photography ya han sabido reconocerle, al incluir en sus instalaciones - y como colección permanente- parte de la obra del fotógrafo norteamericano; a ello habría que sumar el hecho de que la veterana editorial Penguin editara en 2009 una obra que recoge parte del trabajo de Schuman y que hasta la fecha lleva ya más de 100.000 copias vendidas, amén de haber sido traducida a diferentes idiomas.

Siguiendo ese reconocimiento, y enmarcadas dentro la XV edición del Festival Internacional de Fotografía y Artes VisualesPhotoespaña-, la firma Loewe ha programado, tanto en Madrid como en Barcelona, sendas exposiciones donde se puede ver de cerca la obra del fotógrafo norteamericano. No obstante, a quien no le alcance el tiempo o el dinero para desplazarse a estas ciudades siempre le queda el consuelo de acceder al blog que ha hecho de Scott Schuman una celebridad. Un blog que, lejos de mostrarse afín al casi siempre frívolo e insustancial mundo de las pasarelas de moda, cuenta con numerosas e interesantísimas instantáneas - curiosas y sugerentes en su mayor y evocadoras otras tantas-, destacando poderosamente el espacio llamado Vintage, un apartado donde se pueden observar variadas imágenes retrospectivas que han sido compartidas por algunos de los numerosísimos seguidores que Schuman ha conseguido a lo largo de estos siete años de búsqueda incesante de nuevas y variadas formas de expresión a través del vestir de desconocidos.


14 de junio de 2012

Miscelánea y Michal Powalka. Arte en un espacio singular





Hace un par de semanas, quien suscribe estas líneas tuvo la oportunidad de descubrir uno de esos lugares de imprescindible visita para todo buen amante de aquellos espacios expositivos que abogan por un arte multidisciplinar y, especialmente, emergente.

Situado en una tranquila calle de una de las zonas más bulliciosas de Barcelona – en pleno barrio del Raval-, Miscelánea abrió sus puertas en el año 2004 tras haberse constituido legalmente como una asociación sin ánimo de lucro.

Como otros centros culturales y artísticos con características y objetivos similares - en cuanto a su concepción de acercar a un público amplio un arte y una cultura independientes, contemporáneos y emergentes -, Miscelánea ha apostado por la división de espacios en las dos plantas que ocupa en la calle de Guàrdia de la Ciudad Condal y por la diversificación de actividades, que van desde las propias exposiciones que dan aliento a su existencia hasta la celebración de conciertos de pequeño formato, representación de muestras teatrales y proyección de trabajos audiovisuales, pasando por la programación de diversos cursos y/o talleres destinados a un público con una clara vocación por la creación, tanto artística como visual.

Así, y además de su sala expositiva, Miscelánea cuenta con el espacio donde tienen lugar esos cursos y talleres; una tienda donde se pueden adquirir, además de complementos variados, las obras de los artistas que allí exponen y publicaciones de difícil adquisición que se constituyen como auténticas joyas para bibliófilos y coleccionistas; también dispone de un estudio para artistas, un bar cafetería para socios, una sala para éstos y, como ya están haciendo otros centros artísticos y/culturales de la capital catalana, está apostando por el alquiler de alguno de sus espacios para la celebración eventos.

Sin embargo, el mayor atractivo de Miscelánea radica, sin duda, en su muy bien acondicionada sala expositiva, un espacio totalmente diáfano que acoge de diez a quince muestras anuales de diferentes artistas, ya sea por invitación directa o por la convocatoria que cada año publica este espacio multidisciplinar.

En esa sala, precisamente y hasta no hace demasiados días, se exponía parte de la obra de un virtuoso artista polaco, Michal Powalka, una colección que responde al nombre de Zoolandia y que está compuesta por una serie de dibujos absolutamente sugerentes y evocadores que, con trazos precisos y realismo sorprendente, representan metamorfosis realmente perfectas entre seres humanos y animales.

Aunque nunca será lo mismo observar una obra artística presencialmente que a través de la pantalla de un ordenador, el trabajo de este artista - licenciado en Bellas Artes y que hoy divide su tiempo entre sus trabajos como ilustrador y diseñador gráfico y su producción artística- puede contemplarse a través de su página web.

Para concluir, tan sólo decir que la nueva exposición de Miscelánea, Beauty & Beast de Guim Tió Zarraluki se antoja sumamente interesante, por lo que sin duda se impone una nueva visita a este espacio singular.


12 de junio de 2012

Ray Bradbury. Adiós a una de las grandes plumas del siglo XX



Autor: Alan Light
Fuente: Viquipèdia

Hubo un tiempo en el que a los estudiantes de secundaria de este país les alcanzaba la comprensión lectora para enfrentarse a un texto literario como Fahrenheit 451. Todos ellos, y los miles de lectores que a lo largo del tiempo y desde diferentes países han disfrutado con una de las obras más visionarias de todos los tiempos, lamentaban el pasado 5 junio el fallecimiento del escritor norteamericano Ray Bradbury.

Lector empedernido, trabajador incansable y autodidacta forzoso – la economía familiar no le permitió asistir a la universidad-, Bradbury hubo de ganarse la vida con mil y un empleos precarios y poco cualificados hasta que en la década de los cuarenta del pasado siglo pudo publicar sus primeros relatos cortos.

El éxito le sorprendería no mucho tiempo después, en 1950, con la publicación de su primera novela Crónicas Marcianas, una auténtica alegoría de la Guerra Fría que fue adaptada para la televisión y ha sido traducida a más de treinta idiomas.

No obstante, fue Farenheit 451, escrita en 1953, la que catapultó a la fama al escritor norteamericano y lo dio a conocer mundialmente, captando la atención del gran cineasta galo François Truffaut, quien unos años más tarde y sin demasiado acierto llevó a la gran pantalla este relato que se antecedió a su tiempo al describir una sociedad adocenada por enormes aparatos de televisión que emitían sin cesar toda suerte de reality shows, adormecedores de consciencias y espíritu crítico y con un formato escalofriantemente parecido al de algunos de los execrables espacios televisivos que hoy proliferan por numerosos canales.

Heredero de los grandes Julio Verne y H.G. Wells, a Bradbury no le complacía demasiado ser considerado como un autor de ciencia ficción y, por el contrario, prefería autodenominarse como un narrador de historias de corte fantástico, un estilo que cultivó no solamente para la literatura, sino para el cine, la televisión y el teatro.

Entre sus aportaciones para la pequeña pantalla destaca la serie Ray Bradbury Theater - que estuvo en antena 7 años - y algunos capítulos de la antaño famosa Dimensión desconocida, mientras que para el Séptimo Arte su aportación más recordada la constituye su adaptación de Moby Dick para el film homónimo de John Huston, director con el que tuvo no pocas discrepancias, como explicaría años más tarde, fallecido ya el gran cineasta.

No exageraba ni un ápice uno de los nietos de Bradbury cuando hace una semana, en pleno duelo por la muerte su abuelo, hacía alusión a la gran influencia que éste había ejercido sobre no pocos artistas, escritores, profesores y científicos. De hecho, cabe recordar que las obras de Bradbury – muchas de las cuales han sido adaptadas al cine, a la televisión o al cómic - fascinaron al gran Borges e, incluso, al mundo científico, lo que propició que un asteroide fuera bautizado con su nombre.

Dada tamaña impronta, la muerte de Bradbury supone el adiós a un escritor de pluma virtuosa que supo sublimar los géneros fantástico y de ciencia ficción al utilizarlos para denunciar los excesos, errores e injusticias de los tiempos que le tocaron vivir, demostrando que la suya era una voz literaria absolutamente visionaria y comprometida. A los que amamos la literatura, sin embargo, sólo nos queda esperar que ese mundo de libros desterrados – antesala del nuestro y anunciado en su más famosa obra - quede aún muy lejos de convertirse en realidad.


7 de junio de 2012

Nunca me abandones. Una adaptación precisa




Desde que el Séptimo Arte fuera creado, la literatura ha sido siempre una fuente inagotable de inspiración para numerosos cineastas. De hecho, no hay año que no se salde con un buen número de adaptaciones literarias.

Sin embargo, partir del trabajo de un escritor siempre, o casi siempre, supone un duro brete para el cineasta y/o guionista que se atreve/n a poner su talento al servicio de un material ajeno, máxime cuando este material ha sido firmado por un escritor de renombre internacional.

La incursión del director Mark Romanek y del guionista Alex Garland en el universo creado por el escritor japonés Kazuo Ishiguro en su obra Nunca me abandones (una lectura de la que dimos parte hace unas semanas) no sólo ha merecido la desaprobación de buena parte de la crítica que se ha dignado a ver el film, sino que el paso de éste por las carteleras españolas no podría haber sido más efímero; tan breve, que a quien suscribe estas líneas no le alcanzó el tiempo para visionar una película que, muy injustamente y como consecuencia de una pésima distribución, ha acabado pasando casi totalmente desapercibida para gran parte del público e, incluso, de la crítica.

Sin embargo, y empezando por su sólido reparto, Nunca me abandones presenta no pocos atractivos. De hecho, la interpretación que el tándem Romanek-Garland hace de la magnífica obra de Ishiguro no podría haber sido más precisa, aún a pesar de que, como toda adaptación de un texto literario, su narración visual ha debido suprimir algunas escenas del original y añadir forzosamente otras para, en definitiva, mantenerse fiel a un relato que, narrado en primera persona, resulta ciertamente difícil de trasladar al cine, aun a pesar de valerse de un recurso como el de la voz en off, del que, afortunadamente, no se abusa.


Esos pequeños cambios y omisiones, si bien no restan ni un ápice de fidelidad a una de las historias más conmovedoras e inquietantes de los últimos tiempos, sí desvelan desde el mismo inicio del film - cuando en sus primeros fotogramas se muestra la palabra DNA (ADN en inglés) - una trama que estará envuelta de misterio hasta bien mediada la obra de Ishiguro.

Romanek, además y muy sabiamente, ha sabido conservar la factura elegante y sosegada de la que siempre hace gala Ishiguro y, aunque algún crítico haya tachado de fría la dirección de su film, lo cierto es que éste es uno de los mayores aciertos del director norteamericano, quien huye por completo de las estridencias melodramáticas a las que bien pudiera haberse rendido dado su pasado como director de videoclips y el triángulo amoroso que articula esta historia.

La mayor flaqueza de la obra de Romanek, sin embargo y a pesar de su fidelidad a la obra original, radica en su incapacidad para captar en su totalidad – que no en su mayor parte - el amplísimo repertorio de sentimientos y matices de los que hacen gala los protagonistas surgidos de la pluma Ishiguro. A pesar de ello, la versión cinematográfica del libro del escritor japonés afincado en el Reino Unido se constituye como un film de bellísima e impecable factura que tiene la suerte de contar con un magnífico trío de actores protagonistas –encabezados por una fantástica y contenida Carey Mulligan (Shame)- al que acompaña, en breve aparición, la siempre imponente Charlotte Rampling.


5 de junio de 2012

Universo Lacombe


Autor: Benjamin Lacombe
Obra: Blancanieves

Son muchos los adjetivos que acuden a la mente cuando se observa por primera vez la obra de Benjamin Lacombe, el ilustrador francés que publicara su primera tira cómica con sólo 19 años y es hoy un auténtico icono cultural en su país de origen.

La fama de este alumno aventajado de la prestigiosa ENSAD – la Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas de París – trascendió fronteras hace unos años cuando su trabajo de fin de carrera, Cérise Griotte, le reportó reconocimiento internacional y atrajo la atención de la influyente revista Time, que lo calificó como uno de los mejores libros para niños editados en 2007 en Estados Unidos.

Desde entonces la carrera de Lacombe ha sido meteórica. La edición de sus libros corre a cargo de las más selectas editoriales y su obra se expone no sólo en bibliotecas, sino en prestigiosas galerías de arte de capitales tan importantes como Nueva York, París, Roma o Tokio, amén de haber creado, pese a su juventud, toda una escuela que se ha convertido en fuente de inspiración de diversos artistas.

No es por ello extraño que la obra de este creador - ese particular universo fantasioso, gótico, sombrío, oscuro, elegante y hasta con un toque que bordea peligrosamente la más acaramelada cursilería – sea también conocida por estos lares y sus libros llenen los estantes de no pocas librerías y grandes superficies comerciales.

De hecho, ese personal mundo de Lacombe no sólo ha conseguido encandilar a los lectores más jóvenes, sino que está alcanzando, con sus obras adaptadas de clásicos de la literatura universal y títulos propios – la mayoría escritos por Sébastien Perez-, la nada fácil proeza de captar la atención de un público mucho más adulto y en principio poco inclinado hacia la novela gráfica.

Los máximos artífices de este éxito son, sin duda, los característicos personajes de Lacombe, esas figuras de grandes ojos de melancólica mirada que retrotraen al lector, en cierta manera, a la novela romántica del siglo XIX y en cuyos rasgos netamente burtonianos se aprecia también la influencia de otros cineastas como Tod Browning o Fritz Lang e incluso de diversos estilos pictóricos - la pintura flamenca o la prerrafaelita.

Por otra parte, y aunque el estilo de Lacombe reposa en la técnica más clásica y variada- desde el gouache hasta el grafiti pasando por el óleo – sus obras disponen de cuidadas versiones digitales concebidas para ser leídas de una forma diferente y mucho más interactiva. Ejemplo de ello sería El Herbario de las Hadas, cuya utilización vía iPad se muestra en la propia página de Lacombe, una exquisita web que tiene como música de acompañamiento una partitura que recuerda poderosamente al Danny Elfmann más burtoniano.


Finalmente, cabría destacar que esas interesantes versiones digitales no pueden hacer olvidar las cuidadísimas ediciones en papel, auténticas piezas de arte en sí mismas que cuestionan a las más categóricas voces que auguran un próximo final del libro en su formato más tradicional; un formato que muchos lectores – entre los que se incluye quien suscribe estas líneas – se resisten a abandonar.


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